sábado, 26 de noviembre de 2011

CAPÍTULO QUINCE.



¡Hola bloggeros!
Este capítulo me gustaría dedicárselo a unas personas muy especiales.A mi cacereña,  que en poquísimo tiempo se ha convertido en una persona indispensable para mí y me ha demostrado que la distancia no existe si no quieres que exista. ¡Gracias Ari!
También a todas y cada una de mis amigas que me están apoyando en todo esto y no dudan nada en prestarme su ayuda. Gracias, de corazón. ¡Os quiero muchísimo!


Ya había pasado una semana desde la última vez que había visto Diego, con lo cual quiere decir que falta solo un día para volverlo a ver, en la fiesta que le tenía preparada su prima Érica a forma de bienvenida, cosa que aún me ponía más nerviosa, así que no lo quería pensar.
Ésta semana no había pasado nada interesante: Érica estaba enfrascada con los preparativos de la fiesta, invitando a la gente y demás; Erik me evitaba a toda costa, y para colmo, a Diego hacía demasiado tiempo que no le veía, pues tuvo que ir a visitar a un familiar que estaba enfermo.
Estaba deseando que llegase el día de mañana para estar junto a él. Sé que suena muy ñoño o cursi, como se suele decir, pero con ese chico me había dado bien fuerte.
-¿Otra vez soñando despierta, Señorita Inés?-me dijo la Profesora Pérez.
-Lo siento mucho, Profesora Pérez-dije, avergonzada.
-Muy bien, pues como iba diciendo antes que la señorita me interrumpiera, en 1885…
Oh, olvidé mencionar que estaba “enfrascada” en una “interesantísima” clase de Historia, ¿verdad? Pscht, que mal por mi parte no haberlo dicho-nótese la ironía-. Sinceramente, sentía como si no estuviera allí.
Creo que la Profesora Pérez –cómo nos exigía que la llamásemos, pues hay que tener un mínimo de respeto hacia tus mayores, como siempre dice ella- me tiene “manía” desde aquella vez que la llamé Ratoncito Pérez en clase. Sé que suena absurdo, infantil y ridículo, pero es lo que tiene tener una hermana pequeña a la que le encanta el mundo de la fantasía. Además, le pedí perdón en su día, pero parece guardarme rencor aún. Yo ya no puedo hacer más.
Alguien llamó a la puerta. Se trataba del director, asomando su cabeza por el resquicio de la puerta, quien llamaba a mi profesora para que le comentara una cosa.
Se armó un gran revuelo cuando la profesora salió de clase: parecía que éramos el doble de personas allí dentro.
-¿Otra vez en tus mundos de ensueño, Inesita?-me dijo una voz maliciosa que no pude reconocer, así que inspeccioné la clase en busca de su dueño.
Al final apareció una cabeza violeta –tanto que parecía un cartel luminoso gritando: HORTERA- unos pocos pupitres delante de mí. Sí, no podía ser otra, pensé.
Era María, que me miraba con cara arrogante y prepotente, seguida de su ejercito de “seguidoras”, quienes repetían todo lo que hacía y reían sus gracias solo por el mero hecho de que ella se riese, aunque éstas no supieran de que estaban hablando.
No quería enzarzarme en una lucha absurda ni tampoco dejarlo pasar, estaba harta de hacer como si no pasara nada, así que fui simple, clara y tajante:
-Sí, amo mis mundos de ensueños como tú dices, ya que tu carita de mona no aparece en ellos para intentar, y digo INTENTAR, hacerme la vida difícil.
Cuando acabé mi pequeño discurso me di cuenta de que toda la clase, hace unos momentos estaba revolucionada, se había girado para mirarme, expectantes por lo que pudiera ocurrir. Noté como se me subía el color a mis mejillas y sentía como inconscientemente me iba encojiendo en mi silla.
Al instante de haber hablado, María también se puso colorada, pero no precisamente de vergüenza.
-¡Escucha niñata!...-me dijo, levantándose de la silla, en una pose amenazadora.
En ese preciso instante entró la maestra por la puerta e hizo caso omiso de María. Llevaba detrás a una chica que no había visto en mi vida con una mochila pegada a la espalda.
-Bueno chicos. Esta es Ariadna Romero y va a ser vuestra nueva compañera en el momento. Ya sabéis que como persona, ha de estar integrada y no…-ahí mi profesora, como buena maestra de sociales, nos soltó el discurso que toda maestra de sociales intenta colar por todos los lados: el discurso de la aceptación. Con eso no quiero decir que no esté de acuerdo con eso, si no que con una vez, como mucho dos que nos explique sus argumentos, suficiente.
Mientras mi mente divagaba, me fijé en Ariadna. Era una chica muy mona. Más o menos de mi altura, con el pelo rubio con ciertas ondulaciones y ojos muy claros, pero no conseguía descifrar muy bien el color. Además, me gustaba la ropa que llevaba puesta. Vestía una camiseta roja que ponía: Just be yourself, unos pantalones vaqueros rasgados en ciertos puntos y unas converse rojas.
Inés, para ya-me dijo una voz dentro de mi cabeza-, que parece que le estés haciendo una fotografía a cuerpo entero.
-…Bueno Ariadna, te puedes sentar en ese pupitre que ves ahí, ¿de acuerdo?-dijo señalando al pupitre vacío que está a mi lado.
Ariadna pasó al lado de María, y ésta le miró de arriba de abajo, con una mueca de asco en la cara, pero la nueva no pareció darse cuenta.
-Hola Ariadna, me llamo Inés-le dije, cuando ya se había sentado en el pupitre.
¡Oh, por favor, llámame Ari, que Ariadna no me gusta!

Habían transcurrido diez minutos desde que Ari llegó y ahora habíamos bajado al recreo.
Estábamos mi amiga nueva, Érica y yo en el banco donde nos poníamos siempre nuestra pandilla mientras las presentaba y le contaba todo lo sucedido a Eri en clase.
Entonces, se nos acercó Óscar.
Óscar había sido siempre mi mejor amigo desde la infancia: siempre estábamos juntos, jugábamos juntos e incluso llegamos a dormir juntos una vez ya que nuestros padres siempre habían sido íntimos amigos. Además, él siempre ha sido un gran apoyo con los temas de Erik, María y Rebeca. Tiene unos ojos color miel preciosos, un físico tremendo y es un palmo más alto que yo. Sí, estoy muy orgullosa de mi Óscar.
-¿Cómo están las mujeres más bellas del lugar?-preguntó en tono socarrón dirigiéndose a Érica y a mí.
-Pues muy bien, con una nueva competencia en cuando a la belleza-contestó mi amiga-. Óscar, ésta es Ariadna. Ariadna, Óscar-prosiguió, presentándoles.
-Ari, por favor-rectificó esta-. Encantada.-Encantado yo también-contestó mi amigo-. Érica, tengo una mala noticia…
-Oh, no, no. Por tu bien, ¡qué no sea lo que estoy pensando!
-Pues sí, verás…
-¡No! ¡No lo quiero escuchar!-prosiguió, cabezona, tapándose las orejas con las manos.
Entonces, Óscar forcejeó un poco con ellas hasta que consiguió que Érica le escuchase.
-No voy a poder ir a tu fiesta de mañana.
-Pero, ¿por qué no?-contestó, dejando caer los brazos, abatida.
-Tengo que hacer de niñero con mi hermano, pero si quieres puedo ir antes y ayudarte con los preparativos.
-Eso suena genial-contestó, alicaída.
-Está bien, entonces me paso mañana antes de la fiesta. ¡Adiós chicas!
-¡Adiós!-contestamos las tres.
-Qué majo el amigo vuestro-comentó Ari.
-Ya…-contestó Érica triste, pues aunque ella no supiera que yo lo sé, sé perfectamente que mi amiga está coladísima por Óscar desde hace bastante tiempo, se le nota en la forma en que le mira. Además, la conozco desde siempre, y esas cosas las noto.
» Oye Ari, ¿mañana por la tarde tienes algo que hacer?-preguntó, entusiasmada otra vez por ver asistir a alguien más a su fiesta.
-Pues la verdad… Esque mañana me voy de comida con mi familia, ¿por qué lo dices?
-Oh, vaya. Esque mañana doy una fiesta en honor a Diego, mi primo, que se ha mudado hace poco a la ciudad y era por si te querías venir-dijo, con la voz un poco más apagada.
-No te preocupes Eri, yo mañana asistiré, como en los eventos del Facebook.
Todas reimos al unísono.

El resto de la mañana pasó con pocos cambios. María y su tropa no dieron mucha guerra, después de clases me fui a entrenar en la pista de atletismo y quemé estrés. Al volver a mi casa, me sorprendí con un mensaje de texto en el móvil. Lo miré y comprobé que era de Diego. El corazón me dio un vuelco. ¿Cómo había conseguido mi número?
El mensaje decía así:
   Hola pequeña.
   Estoy de camino, en unas pocas horas volveré a verte, tengo
   muchísimas ganas de darte un abrazo.El corazón me dio otro vuelco y se aceleraba por momentos. Las manos me empezaron a sudar y se me dibujó una sonrisilla tonta.
En unas pocas horas volveré a verte.

domingo, 23 de octubre de 2011

CAPÍTULO CATORCE.


-¿Entonces no me vas a decir dónde vamos?
-No, ya te lo he dicho, es una sorpresa, ¿recuerdas?
No pude ocultar mi cara de resignación.
Yo era extremadamente curiosa. No sé si él lo sabía o no, pero estaba empezando a pensar en que lo hacía para fastidiarme, pero solo un poco.
Decidí no pensar más en nada, porque cada minuto que pasaba cerca suya sin poderlo tocar me ponía enferma; así que empecé a divagar y empecé a observar el paisaje.
Podía ver grandes campos llenos de plantaciones de flores, valladas. Una casita muy mona cerca de allí, un adosado, pequeño y decorado con una variedad de flores cercanas. La casa debía de ser de los propietarios de las tierras.
Luego me fijé en los grandes pinedos, altos, imponentes y desafiantes. Como sus hojas se ondulaban a causa de la ligera brisa casi veraniega que soplaba. Si te fijabas bien podías incluso divisar pequeños ruscos, alguna ardilla juguetona en busca de una bellota y algún que otro nido de pájaros. Aquellos que poblaban los cielos y nos alegraban con su cantar.
-¿En que piensas, Inés?-me dijo, sacándome de mis ensoñaciones.
-Pienso… En que me gustaría ser libre y volar como a los pajarillos de ahí arriba y olvidarme de todo-le contesté yo, con total sinceridad.
-Mmm... Tomo nota-me dijo él, pensativo. Cuando me hablaba así, me daba miedo-. ¿Te importa si fumo aquí dentro?-preguntó, sacando un cigarro de su cajetilla.
-¿A mi? Al que debería preocuparte es a ti.
-¿Por qué lo dices?-preguntó, confuso.
-Por que eres tú el que te vas a perder cosas maravillosas solo con estar enganchado a un vicio que a la larga va a acabar matándote.
Entonces se quedó pensativo, mirando la carretera. Tenía el ceño fruncido, y no sé si era porque le pegaba el sol de cara o porque realmente le había hecho pensar.
Entonces, se relajó.
-Tienes toda la razón del mundo, Inés-dijo, apartándose el cigarrillo de la boca.
Un instante después pegó un frenazo brusco.
-Vale que tenga razón, ¿pero por eso tienes que dar ese frenazo?-dije yo, alterada.
Él se rió, muy fuerte.
-No, no es por eso, lo siento si te he asustado. Quédate dentro-me dijo, mientras abría la puerta del coche.
Él lo rodeó hasta situarse delante de mi puerta. La abrió y me tendió su mano.
-Señorita-dijo, esbozando una leve sonrisa.
Yo no pude hacer otra cosa que devolvérsela. Situé mi mano sobre la suya, no sin antes tener un leve escalofrío, y me ayudó a bajar del coche.
Entonces, me colocó un pañuelo en los ojos, así que yo no podía ver nada.
-Pero…
-Sh…-me susurró él al oído-. Es una sorpresa, ¿recuerdas?
Yo sonreí. Él me cogió la mano, y yo no hice otra cosa que seguirle.
No caminamos a penas nada. Oí como abría una puerta con llave. Chirrió la puerta, parecía una grande y vieja, muy vieja.
-Cuidado, escalón-me avisó Diego.
Parecía que habíamos entrado en un especie de patio de una casa de campo, pues hasta ahora el suelo que pisábamos era tierra, y ahora parecían baldosas.
Está bien, ya casi hemos llegado. Un pasito a la izquierda… Así, perfecta. ¿Estás lista?
-Estoy lista-dije yo, divertida.
Diego me quitó la venda de los ojos, y pude ver donde estábamos, aunque no tenia ni idea de dónde era, solo sé que no iba desencaminada diciendo que habíamos entrado en una casa y también sabía que era preciosa.
Estábamos en un patio, sobre un sendero de baldosas de piedra y se alzaba ante nosotros una casa grande, imponente.
-¿Dónde estamos, Diego?-conseguí susurrar, cohibida.
-Estamos en la casa donde me crié-me dijo, en un tono amargo.
-¿Aquí vivías tú?-sonaba estúpido preguntarlo cuando me lo acababa de decir, pero esa casa era enorme, como la casa de un marqués o alguien perteneciente a la nobleza.
-Sí-me dijo, esbozando una sonrisa amarga-. Ven-dijo, cogiéndome la mano.
Empezó a correr hacia un lado opuesto de la casa hasta que llegamos a una especie de caseta de plástico enorme.
-¿Qué es esto?-pregunté, curiosa.
-Es un invernadero especial, ven, vamos a entrar-dijo, sonriente, aún cogido de mi mano.
Cuando entramos me quedé sorprendida. Si desde fuera parecía enorme, desde dentro aún lo era más. Estaba lleno de flores de todos los tamaños y colores por todas partes, pero lo que más te llamaba la atención era un árbol que había al final del pasillo que formaba el invernadero.
Era un roble –lo sabía porque mi abuelo era muy aficionado a todo vegetal, y al final, algo se te pega- enorme, y parecía como si te atrajese hacia si.
Yo me solté de la mano de Diego y fui hacia él, como hipnotizada. El roble estaba fuera del invernadero, y a medida que te ibas acercando a él ibas observando una peculiaridad: tenía algo colgado de sus ramas. Parecían como unas tarjetas pequeñas. Me recordó al árbol de Navidad que ponía mi madre todos los años con la ayuda de mi hermana.
Me quedé observando el árbol cuando noté que alguien me cogía de la cintura y me abrazaba. Me había olvidado completamente de él.
-Precioso, ¿verdad?-murmuró- Este árbol era un pequeño secreto de mi madre y mío. ¿Quieres que te cuente la historia?
-Por favor.
-Entonces será mejor que te sientes, esto va para largo.
Yo obedecí y no tardé ni un segundo en sentarme. Había algo en la expresión de Diego que no me gustaba nada.
-Hace un tiempo, en esta casa vivíamos mi padre, mi madre y yo. A mi madre le encantaba pasar tiempo aquí, con sus plantas. Sus segundos hijos, decía ella. Un día me propuso un juego. Me propuso que cada mes que pasara, vendríamos ella y yo a este mismo lugar y colgar nuestros deseos en este árbol. Es un árbol mágico, Diego, me decía ella. Si le escribes cuáles son tus deseos, se los cuelgas en una de sus ramas y los deseas muy fuerte, al final se cumplirán.
» Un año después, un año exacto, mi madre murió en un accidente de coche, pero yo nunca he dejado de venir. He venido todas las semanas a cuidarle las plantas a mi madre, y cada mes venia y colgaba un deseo al árbol, solo.
Se me escaparon unas lágrimas. Lo sentía mucho, sentía que su madre hubiera muerto y que hubiera estado solo tanto tiempo, así que le abracé, muy fuerte.
-Oh vamos pequeña, no llores, por favor. Que hoy no es un día de lamentaciones. Hoy hace un mes, vine a colgar mi deseo, y ahora toca colgar otro.
Él se separó de mí, y me besó suavemente en la frente.
-Ahora mismo vuelvo, ¿vale?
Yo asentí con la cabeza.
Al cabo de unos pocos minutos Diego volvió con dos cordeles, dos papeles y un bolígrafo en mano. Me tendió un papel y el boli un instante después de sentarse a mi lado.
-Ahora nos toca pedir otro deseo-me dijo, sonriente.
Aún no lo entendía. No entendía como le podía querer tanto. No entendía como podía ser tan perfecto.
Mientras yo pensaba mi deseo, él continuó su historia.
-Lo mejor de todo esto, si se le puede sacar algo bueno, es mi padre, Asier. Él quería con locura a mi madre, vivía para ella, y la verdad yo nunca había tenido mucha relación con él porque no es que le gustaran mucho los niños, pero es un hombre genial que me ha estado aguantando muchísimos años, y eso no tiene precio.
-Quieres mucho a tu padre, ¿verdad?
-Muchísimo, es un tipo genial.
-Yo ya tengo mi deseo.
-¿Enserio? A ver…
-¡No, no! ¡Que si cuentas los deseos, luego no se cumplen!-dije, divertida.
-Venga Inés… ¡Déjamelo ver solo un poco!-siguió, remolón.
-No, si es que no, es que no.
-¿Entonces no me lo dejas? Está bien, pero te vas a arrepentir de eso-me dijo.
Acto seguido se abalanzó sobre mi, y empezó a hacerme cosquillas morderme leve.
-Si te cuento mi secreto, tú deberás contarme el tuyo-murmuré.
Entonces, él se quitó de encima mía y se sentó a mi lado, ayudándome a incorporarme.
-¿Los colgamos?-me preguntó.Yo asentí con la cabeza y colgamos nuestros deseos en la rama del árbol más cercana a mí.
Luego, nos fuimos a casa, se hacía tarde.
Cuando entramos al coche, yo me quedé mirando ese árbol tan grande y majestuoso, pensando que podía desear Diego.
Poco tiempo después, me di cuenta de que nuestros deseos eran los mismos.

sábado, 1 de octubre de 2011

CAPÍTULO TRECE.

Entré a clase a tiempo por los pelos. Nos tocaba matemáticas y el profesor Ricardo siempre llegaba tarde. Tuve mucha suerte porque al sentarme en mi pupitre apareció él en clase.
Erik estaba muy tenso y callado, y eso me asustaba más que si me estuviera acribillando a preguntas.
El profesor Ricardo empezó la clase y todo transcurría con normalidad, con demasiada normalidad.
No pude resistirme en mirar a Erik un par de veces de soslayo, parecía ausente. Es verdad que estábamos en clase de matemáticas y eso era lo más normal del mundo, pero no parecía él.
Cuando el profesor al fin acabó de explicar-cierto era que no le presté mucha atención- le mandé una nota a mi compañero de pupitre preguntándole que le pasaba.
Él tardó en responderme, y eso aún hacía que me pusiera más nerviosa de lo que estaba.
-Estoy muy rallado-me contestó al fin.
-¿Por qué?-proseguí.
Tardó en responderme, otra vez. Parecía indeciso, aunque yo estaba casi segura de lo que me iba a decir, pero no quería pensar en ello.
-¿Por qué te fuiste ayer tan de repente de casa de mi primo?-Tenía cosas que hacer.
-Mientes.
-No, no miento, tenía que estudiar.
-Entonces, si tenías que estudiar, ¿qué hacías en casa de mi primo?
-¿A caso es esto un interrogatorio, Erik?
-Puede.
-Entonces no pienso contestarte-
dije, volviendo a mis tareas de matemáticas.
Estaba mosqueada, realmente mosqueada. Quien se cree que es, ¿mi padre? No tiene ningún derecho en preguntarme las cosas que me estaba preguntando ni protestar por con quien iba o dejaba de ir.
Hacía muchos años que estaba enamorada de él, Erik lo sabía y pasaba olímpicamente de mí. Ya era hora de que probara el sabor de su propia medicina.
Pasaron dos horas más y Erik me empezó a escribir.
-Lo siento Inés.
-Me alegro-
contesté, aún malhumorada.
-¿Estás enfadada?
-Sí.
-Lo siento de verdad, no debería de haberte dicho todo eso… Supongo que me sentí algo extraño de que estuvieras en casa de mi primo, con la luz apagada, él sin camiseta y tú con la suya.
-¿Estás insinuando algo?-
dije. Realmente me estaba sacando de mis casillas.
-No, no. Es solo que… Puede que estuviera un poco celoso.
-¿Celoso por qué?
Le miré, y estaba muy serio mirando el papel, con las mejillas encendidas y manos temblorosas.
-Celoso porque te quiero.Genial, y ahora me dice que me quiere. Después de todos estos años esperando a que me lo dijera y, ahora que creía por fin haber encontrado a alguien que sintiera eso mismo por mí y yo por él, va y me dice que me quiere.
Ahora él se merece que le de calabazas, decirle que es un idiota, que es demasiado tarde e irme con Diego. Pero si le dijera todo eso, me estaría mintiendo a mí misma, porque yo realmente sentía algo por él, son demasiados años queriéndole. Demasiados esperándole. Esperando su sonrisa. Esperando sus caricias, sus besos, sus abrazos, sus carantoñas. Me gustaría decirle que es demasiado tarde, que nuestro amor es imposible, que se busque a otra que le aguante sus tonterías de niño inmaduro, pero me siento incapaz de decírselo, porque yo a él también le quiero.
-¿Estás seguro de eso?
-Completamente.
-¿Entonces por qué ayer estabas medio borracho y fumado lamentando que te hubiera dejado María?
-Ayer no estaba “medio fumado y borracho” como dices tú. Estaba muy borracho y muy fumado, no sabía a ciencia cierta lo que decía. Yo estoy enamorado de ti desde hace ya mucho tiempo, pero no sabía como decírtelo ni como decírselo a ella.
Aún no se como, pero me lo creí.
-Entonces si no sabías lo que decías a lo mejor me dijiste que me querías por qué sí, sin hacerlo de verdad.Entonces sonó la campana, indicando que debíamos bajar al patio y todo el mundo se levantó de su pupitre, con prisas para dejar a un lado la clase y descansar.
Yo hice ademán de levantarme, pero Erik me cogió la muñeca, impidiéndomelo.
-No te lo crees, ¿verdad?-me dijo.
-No-dije yo, no muy convencida de lo que decía.
Entonces todo ocurrió muy rápido, demasiado. Él, aún sujetándome la mano, se acercó a mí y me beso.
Fue un beso breve, dulce, pasional y, sin duda alguna, con muchas ganas.
Entonces, se separó de mí, me miró a los ojos y me dijo:
-Sí Inés, te quiero y no sabes tú cuanto.
Hora del recreo. Hora de comida y cotilleo.
Y así fue. Nada más salí, todos mis “queridos” compañeros me acorralaron y preguntaron quien era ese que me había traído en coche hasta el instituto, si era mi novio, como se llamaba, si llevaba bóxers o slips… ¡Hasta me preguntaron su talla de calzoncillos! Sí sí, no bromeo, me preguntaron eso literalmente. De hecho, fue Marta.
Marta es de las típicas personas que van al instituto para pasar el día o porque sus padres la obligan. Ella no hace absolutamente nada durante las clases, solo agacha la cabeza y se duerme- hubo una vez que se pasó tres horas con el mismo libro en la mesa-. Eso sí, cuando hay algún tipo de jaleo parece como si le dieras al botón de reset, despertara de su sueño y se le desplegara una antena invisible-como las de las radios antiguas- porque no se pierde lujo de detalles de todo aquello que pasa a su alrededor.
Estaba a punto de estallar y enviarlos a todos a freír espárragos pero de repente, emergió una mano misteriosa desde fuera del corro que me habían hecho para su particular rueda de prensa que me cogió del brazo hacia sí y me hizo correr. Era Érica, que había venido a salvarme.
-¡Luego os la devuelvo!-les chilló mi amiga cuando ya estábamos lo suficiente lejos para que no nos oyesen.
Nos sentamos en los bancos que había en el patio del recreo.
-Gracias-dije, jadeante, pues Érica no había cosa que se le diera mejor que correr y escabullirse. Es una gran atleta.
-De nada-contestó, cortante.
-¿Te pasa algo Eri?-pregunté.
-No no, nada. ¿Ese con quien venias en coche esta mañana era Diego, verdad?
-Sí… ¿Por qué lo dices?-pregunté yo. Sabía que había algo que no iba nada bien.
-No, por nada. Porque parece que tengas cierta obsesión con mi familia, ¿no crees?
No lo entendía. No entendía el porque de su comportamiento. No entendía porque estaba tan molesta conmigo.
Cuando iba a replicarle sonó de repente el interfono de la secretaría llamándome y diciéndome que me presentara allí.Érica decidió acompañarme así que caminamos hacia la salida del patio del recreo, haciendo caso a miradas indiscretas dirigidas a nosotras.
Cuando llegamos allí, había un muchacho sentado en la butaca al que no le podía ver la cara, pues se la tapaba el periódico que estaba leyendo.
Cuando oyó mi nombre, dejó el periódico que tenía en las manos sobre una mesita de cristal que tenía al lado y se levantó.
No me lo pude creer. ¿Por qué había venido Diego a buscarme a la hora del recreo?
-Hombre sobrina, pensé que no llegabas nunca-me dijo. Eso me desconcertó bastante. ¿Por qué me llamaba sobrina?- Será mejor que nos demos prisa y no hagamos esperar al médico, ¿no?
Entonces, instintivamente miré a Érica. Ella estaba tan desconcertada o más que yo. Entonces movió la cabeza, leve, como despertada de una ensoñación y me hizo un gesto con la cabeza dándonos a entender que nos cubriría.
-Eh… Sí sí, claro-conseguí murmurar, al fin.
-Entonces será mejor que no perdamos más tiempo. Adiós bonita-dijo, dirigiéndose a su prima.
Mi “tío” me cogió la mano y salimos hacia su coche.
-¿Se puede saber que mosca te ha picado?-dije cuando estábamos lo suficientemente lejos para que nadie nos pudiera oír, soltándome de su mano precipitadamente.
-Lo siento pequeña, tenía ganas de verte y esta tarde me voy de viaje con mis padres, así que es la única oportunidad que tenemos para estar solos. Además, te quiero enseñar un sitio muy especial para mí. Si no hubiera sido un caso de vida o muerte, no te hubiera sacado del instituto, de veras.
-¿Cómo que te vas? ¿Hasta cuando? ¿Por qué?-dije yo, intentando reprimir lai nota de histeria en mi voz, aunque no sin éxito.
-Tranquila, todo tiene su explicación. Cuando lleguemos al sitio que te quiero llevar te lo explicaré todo-me dijo, sin antes soltar una risa leve, aguantándome la puerta de su Mercedes para que pudiera entrar.
No pude evitar pensar lo guapo que era mientras pasaba delante de mí, y las mejillas se me encendieron.
-¿Y dónde me vas a llevar?-le pregunté, cuando íbamos de camino.
Él me miró, pícaro, y me guiñó un ojo.
-No te lo voy a decir, es una sorpresa.

viernes, 9 de septiembre de 2011

CAPÍTULO DOCE.

Eran las 6:30 de la mañana. Solo con recordar la hora que era me dolía-no físicamente, claro está, más bien moralmente. Aunque en verdad todo era por su culpa.
Después de que anoche nos despidiésemos, yo no me podía dormir. Estuvo a punto de besarme, otra vez. Y después de esa emoción me costó muchísimo conciliar el sueño.
Y hoy me he levantado antes porque no quería aparecerme como un adefesio delante de él.
Voy directa al baño y me miro la cara en el espejo.
¡Uf, que horror! Pensé.
Menos mal que me había levantado con tiempo para poder arreglarme la cara: tenía todo el pelo enmarañado, unas ojeras que casi me llegaban a la punta de la nariz y una tez que de lo pálida que era casi se transparentaba.
Me duché, intenté deshacer todos los nudos de mi pelo y me eché de todos los potingues posibles en la cara. Incluso me pellizqué las mejillas como en la antigua usanza para que adquirieran un poco de color.
Cuando creí que mi cara estaba lo suficientemente presentable para salir de casa fui a vestirme.
Me puse mi camiseta preferida, esa blanca anchita con un símbolo de la paz enorme; unos pantalones cortos, pues estábamos a finales de mayo y ya empezaba a hacer calor y también me puse mis converse rojas, que no me podían faltar.
Eran las 7:10 y como me arregle tan pronto, puse un poco de música y me dispuse a recoger la habitación. ¡Seguro que cuando mi madre se levantase se quedaría impresionada!
Suena Lo que me gusta de Nada que decir. Esa canción era, sin duda, una de las que más me gustaba en estos momentos.
Me siento y empiezo a divagar con la letra de la canción:
Despertarme de la cama y ver que estás
Me conquistes cada día un poco más
Como hiciste, que dijiste
Cada noche en la puerta de tu portal

Era inevitable, en estos momentos todo me recordaba a él, a Diego. Quién sabe si algún día podré levantarme en la misma cama que esté él mientras estoy entre sus brazos y me susurra palabras de amor en el oído.
Un momento. ¿A caso me estoy enamorando?
Y con ese pensamiento retumbándome en mi cabeza oigo el girar del picaporte de la puerta principal.
Ésta debe de ser mi abuela. Miro la hora: las 7:45.
¡Solo me quedaba 15 minutos para verle! Así que bajo corriendo las escaleras para reunirme con mi abuela.
-¡Buenos días abuela!-canturreo asomándome a la cocina.
Lo que más destaca en estos momentos en mi cocina era esa gran bolsa de la panadería de la esquina llena de ensaimadas, croissant y bollos en general. Sabe que a nosotras nos pirran todas esas cochinadas.
Desde que me alcanza la memoria recuerdo que mi abuela todas las mañanas viene, nos trae el desayuno y lleva al colegio a Rebeca.
Es como nuestra segunda madre porque la de verdad tiene un horario muy estricto y se pasa media vida en el gabinete de abogados.
-¡Buenos días cariño! ¿Qué haces despierta a estas horas? Normalmente hace falta Dios y ayuda para poder levantarte de la cama.
-Pues nada abuela, que me he despertado y no me podía volver a dormir.
OBVIO me hubiera gustado proseguir, pero me mordí la lengua, estaba extremadamente nerviosa en esos momentos.
-¿Qué quieres que te prepare para desayunar?
-Nada abuela, solo beberé un zumo.
-¡Ah no, de eso ni hablar! ¡Tienes que comer algo más hija!
-Pero…
-Ni peros ni peras.
-Vaaale abuela-contesté resignada.
-Así me gusta-respondió, sonriente, y me dio un beso en la frente.
Cogí mi zumo cuando mi abuela me dijo que iba a despertar a mi hermana, así que aproveché la ocasión: apuré mi zumo, cogí mi mochila y le dejé una nota a mi abuela que decía:
Abuela, me he tenido que ir pronto porque he quedado con mi amiga Erica para ir juntas a clase. Me he bebido un zumo y he comido tres galletas, lo siento, no me entraba nada más.
Dale un beso a mi madre y a Rebe.
¡Te quiero!
Entonces salí lo más sigilosa que pude de mi casa.
7:58. Perfecto.
Me giré y ahí estaba él, enfrente de mi casa. Estaba muy guapo, muy muy guapo.
Después de ese pensamiento hice todo lo posible para no ruborizarme, ¿pero a caso uno puede controlar cuando se ruboriza y cuando no?
Intenté hacer caso omiso a mi pensamiento, aunque sin éxito, y fui hacia Diego.
-Buenos días preciosa-me dijo.
Yo no sabía qué contestarle. ¿Buenos días precioso, hermoso, GUAPO?
Todo sonaba muy ridículo y yo me estaba comportando como una estúpida.
-Buenos días Diego-contesté, al fin.
Me sonríe. Me sonríe con una intensidad y con tanta dulzura que siento vértigo.
Me encanta su sonrisa, el hoyuelo que se le hace en la barbilla cuando lo hace y el brillo de sus ojos cuando me mira. Me pasaría horas… que digo horas, ¡días y días observando su cara! Mirando esos ojitos azules que hacen que me derrita.
-¿Sabes? Tengo una cosita para ti.
Y entonces, sacó sus manos de su espalda y sacó una margarita que, curiosamente, es mi flor favorita, pues es muy bonita, alegre y sencilla a la vez. Además, el amarillo es mi color preferido.
Entonces, me aparta un mechón de pelo de la cara y me lo sitúa detrás de la oreja y deposita la flor encima de ella.
-Estás más preciosa aún, si cabe.
-Gracias-consigo susurrar, cohibida.
-¿Vamos? No quiero que llegues tarde al instituto.
-Sí, claro.
Dicho esto, me cogió la mano y fuimos hacia su coche.
Yo poco sabía de coches, pero sabía que eso es un Mercedes Benz. Es precioso: la carrocería es de un color azul oscuro, intenso. Y la tapicería es de color negro, muy elegante.
-¿Me pasas las gafas de sol que están en la guantera, por favor?-me peguntó Diego.
Yo obedecí felizmente.
A bajo de la guantera me fijé que estaba escrito el nombre de Asier en unas letras muy elegantes. Nunca antes había oído hablar de esa palabra.
Le entregué las gafas y, en el intento, nuestras manos se rozaron y sentí como se me encendían las mejillas y en el trozo donde él me tocó sentía un pequeño cosquilleo que me hacía sentir realmente bien, aún más si cabe.
-Gracias Inés-me susurró.
Madre mía, ¡su voz es tan sexy y elegante! Era como el aleteo de una mariposa, como el caer de unas gotas de lluvia en una pequeña tormenta de verano, como esa sensación después de hacer el amor.
Sabía a ciencia cierta que si empezaba a divagar pensando no conseguiría nada bueno, así que decidí preguntarle:
-Oye Diego, ¿qué quiere decir esto de Asier? No he oído eso en mi vida-le pregunté yo así, de sopetón, sin más cara que espalda, esbozando una leve sonrisa.
Él estalla en carcajadas, y yo me quiero morir. Aunque, en verdad, añoraba su sonrisa, hasta hace segundos estaba muy serio, y eso me preocupaba.
-Es el nombre de mi padre-en esos momento me quería morir-.Mi padre es de origen vasco y allí es muy frecuente-prosigue, aguantándose la risa-. Asier proviene de hasiera que en vasco significa principio-me dice, mientras tomamos la última curva antes de llegar a mi instituto.
-Vaya… ¡Qué nombre tan bonito y original-¡VAMOS INÉS! ¿Bonito y original? ¿No se te ha ocurrido nada mejor?
-Final del trayecto-me dice Diego, aparcando justo en frente de mi instituto.
-Muchas gracias por traerme.
-Ha sido un placer,
Recojo mi mochila de entre mis piernas y hago ademán de marcharme pero no puedo abrir la puerta porque los seguros del coche me lo impiden.
-No se abre…-murmuro, haciendo fuerza en la manivela.
-Por mucho que lo intentes no lo vas a conseguir hasta que no me contestes un par de cosas-me dice, en un tono serio.
Entonces yo desisto, no tiene sentido que pierda mis reservas de energía de buena mañana.
-¿Y tiene que ser justo ahora? Me perderé la primera clase si no me doy prisa.
-Sí, tiene que ser justo ahora-me dice, aguantándome la mirada.
-Está bien, desembucha.
-¿Ayer porque te fuiste tan precipitadamente de mi casa? ¿Y por qué solo podemos ser amigos, Inés? Ambos sabemos lo que sentimos el uno por el otro.
Después de que hubiera formulado esa pregunta, se me hizo un nudo en el pecho.
Erik. Erik Erik Erik Erik.
Erik y su cara de niño bueno. Erik y esa sonrisa que tanto me gusta. Erik y sus bromas. Erik y sus ojos verdosos…
-¿Y bien?-siguió Diego.
-No puedo decírtelo….-murmuré.
-Bueno, pues hasta que no me lo digas no te pienso dejar salir-me contestó, con toda la naturalidad del mundo.
-¡Pero eso no es justo!-salté yo, rebelde.
Me estaba poniendo de los nervios. ¡Claaaaaaaro, como tu no tienes que ir al instituto! Pensé para mis adentros.
Respiré hondo varias veces, enfadarme no tiene sentido.
-Diego, en serio, déjame salir-murmuré, cabizbaja.
-Inés, mírame.
Yo hice caso omiso, pues tenía los ojos anegados en lágrimas y no quería que me viera llorar.
-Inés, mírame, por favor-repitió.
Como no le hacía caso me sujetó la cara por la barbilla e hizo que le mirara.
-¿Por qué lloras? No llores Inés, por favor-dijo, preocupado.
-Pero no estoy llorando-dije cuando automáticamente después me caía una lágrima y él la cogía al vuelo.
-¿Ah, no? ¿Y esto qué es?
Hubo un tenso silencio e incómodo, todo por mi culpa.
-¿Hay otro, verdad?
Al final, conseguí asentir.
-¿Quién es?-preguntó sin dejar de mirarme a los ojos.
No podía mentirle. No podía mentir a esos ojitos azules. No podía mentirle porque de verdad le quiero y no quiero verlo sufrir, así que decido confesar.
Erik-susurro.
-¿Mi primo? Bueno podría haber sido peor.
No lo entiendo, parece como si le hubieran quitado un peso de encima.
-Déjame que te diga una cosa Inés: te acabo de conocer y ya me he enamorado de ti. A cualquiera que se lo cuentes no se lo creería. Te vi con esos preciososojos marrones y esa sonrisa que te ilumina la cara… Que sentía como si me mareara. Y me he enamorado de ti, no solo por tus ojos y tu sonrisa, si no más bien por lo que hay dentro de ti. Y quiero que sepas que te voy a seguir queriendo, pase lo que pase, estés con Erik o con Pepe siempre me vas a tener ahí.
Me ha emocionado mucho, muchísimo. Ahora si que tengo ganas de llorar…
Lo siento Diego…-consigo decir al fin, al borde de las lágrimas.
No tienes porque sentir nada Inés-me dice. Le brillan excesivamente los ojos y los tiene rojizos. Parece como si todo lo que me ha dicho le hubiese costado horrores decírmelo-. ¿Te puedo pedir una cosa?
-Lo que quieras.
-¿Me das un beso?
Yo no me pude negar. Me apetecía mucho y, además, lo necesitaba.
Así que poco a poco me acerco a Diego, y veo que él hace lo mismo. Me coge de la barbilla y me arrastra hacia sí. Yo sitúo mis manos detrás de su cuello y me acerco más a él, necesitándole.
Por fin nuestros labios se encuentran y me besa.
Es el beso más dulce que me han dado nunca.
Me muerde el labio inferior mientras nuestras lenguas juguetean, inspeccionando rincones de nuestras bocas.
Suena el timbre del instituto indicando que en cinco minutos van a cerrar las puertas y Diego me suelta, aunque preferiría mil veces no ir a clases y estar el resto de la mañana con él.
Al alzar la cabeza veo a María que iba a entrar al colegio, pero estaba de espaldas a la puerta, observándonos. Entonces ella se dio la vuelta y empezó a caminar hacia dentro del instituto, no sé si era porque estaba intimidada o porque se le hacia tarde, la verdad es que me daba igual. Yo sonreí, istintivamente.
Además, ahora me sentía como en una nube, todo era de color de rosa y solo tenía ojos para Diego.
-Corre, que no quiero que llegues tarde por mi culpa-me dijo-. Paso luego abuscarte, ¿vale?
-¡Vale!-contesté, entusiasmada.
Él me quitó los seguros para que pudiese salir y eso hice, a mi pesar. Cogí la mochila y me dirigí a la carrera hacia el instituto y cogiéndome la flor que tnía tras la oreja que me había regalado Diego, pues no quería pederla.
De repente me acordé de una cosa y cada vez me ponía más nerviosa: Erik está en mi clase y, por si fuera poco, está sentado a mi lado. Estoy segurísima de que íbamos a tener una charlita de lo más larga acerca de lo que pasó ayer.

martes, 30 de agosto de 2011

CAPÍTULO ONCE.

Eran las 20:30 y yo estaba sentada en el salón de mi casa junto a mi hermana
Hacía una horita, más o menos, que Erica se había ido porque tenía que estudiar. Yo sabía que no era una escusa. Erica adoraba a mi hermana y le pasaba lo mismo que a mí: intentaba aprovechar cualquier momento, por pequeño que fuese, para estar con ella a causa de su enfermedad.
Estamos esperando una carta certificada del Instituto Nacional del Cáncer donde nos diga si tenemos que seguir dándole quimioterapia o no. Y esque acaba muy cansada, con náuseas. Y si nos dijeran que no, sería otro gran bache para ella. Por muy fuerte que sea mi hermana, no deja de tener diez años.
Una niña cualquiera de su edad, normalmente lo que más le suele importar es su aspecto físico: la pérdida de cabello, los ojos saltones y esa palidez casi sobrenatural. Pero a ella no. A ella lo que más le importaba era que no sufriéramos por su causa.
Siempre dice que hay que pasárselo bien con la gente que se quiere; como es mi abuela, que se encarga de nosotras mientras mi madre está trabajando, como es nuestra madre, como soy yo y mucha gente. Y, si no, ¿para que está la vida si no es para vivirla?
Rebe aún no sabe nada de la carta que nos tienen que mandar, obviamente. Más que nada, porque no queremos que se lleve otra desilusión.
Ahora mismo yo estaba pintándole las uñas a Rebeca mientras ésta miraba la televisión.
Estaba viendo un programa en Disney Channel de una muchacha que cantaba y llevaba una doble personalidad. Pues bien, estaba mirando dos fotos de dos chicos diferentes y preguntándose cual era el más adecuado para ella.
No pude evitar recordar todo lo que había sucedido ese día.
Primero había llegado Diego. Y esque era el muchacho más dulce y simpático que hubiese conocido jamás, además de guapo.
Luego apareció Erik de sopetón, sin quererlo ni beberlo. Siempre ha sido el típico chico por el cual suspiraba cualquier chica, yo incluida en ese grupo. Él era siempre muy simpático-todo lo simpático que puede ser un chico con la mejor amiga de tu hermana- pero desde que ya no está con la arpía de María se veía diferente, como si buscara algo más.
También es vedad que cuando me lo había demostrado aún estaba resentido con ella y con una copa de más.
Por eso estaba tan confusa en esos momentos.
De repente, el sonido de la puerta de entrada me despertó de mi ensoñación e hizo que el pincel del pintauñas que estaba sujetando se cayese encima del pijama de Rebeca.
-Teta, ¿qué ha pasado?-me dijo, alarmada.
Yo intenté ponerle la cara más inocente que me podía salir en ese momento y contesté:
-No ha pasado nada cariño, es solo que me he asustado cuando mamá ha dado el portazo. Ven, quítate la camiseta del pijama y ponte otra, que voy a enjuagar esa, ¿vale mi amor?
Rebeca obedeció y fue escaleras arriba para cambiarse.
Cuando pensaba que ya no me oía, salí al encuentro de mi madre.
La encontré justo al lado de la puerta de entrada, sosteniendo un montón de cartas.
Entonces mi abuela llegó, y las dos nos miramos con una cara de complicidad clara.
-Facturas… Publicidad... Más publicidad… Más facturas….-mascullaba mi madre, con un tono de desesperación claro en la voz-.Cartita, ¿dónde te has metido?-prosiguió, al borde de llorar.
Yo no pude reprimir el impulso de estrechar a mi madre en un gran abrazo y algunas lágrimas se escaparon en este.
-Tranquila mamá, dicen que la esperanza es lo último que se pierde, ¿no?-le dije.
Toda la familia lo estábamos pasando muy mal, pero mi madre era la que, sin duda, peor lo pasaba. Más que nada porque toda la fortaleza que tenía Rebeca en mi madre carecía.
Entonces oímos el crujir de las baldosas de madera del suelo de arriba. Mamá y yo nos separamos rápidamente y las tres fuimos a la cocina a preparar la cena. No queríamos que Rebeca nos viese con las lágrimas en los ojos.
Cenamos las cuatro pollo asado, aparentando normalidad.
Luego mi abuela se fue a su casa, mi madre fue a leerle un cuento a mi hermana en la cama y yo me fui a estudiar economía.
De repente, a través de mi ventana, veo un pequeño destello de luz proveniente de la casa de enfrente.
No puede ser, esto no está pasando-pensé.
Era Diego, obviamente, aunque no podía verle muy bien, pues ya tenía la vista cansada.
Me hizo señas de que bajara y yo no se las pude negar.
Cogí mi batín y me fui directa al cuarto de baño para hacerme el pelo y cepillarme los dientes.
Me quité las zapatillas y las cogí, pues no quería despertar a mi madre cuando crujiera el parqué y que me montara un pollo.
Salí al porche pero no había ni rastro de Diego por ninguna parte. De repente, oigo un ruido y noto como alguien me tapa la boca con su mano.
-De nada te va a servir chillar, manos arriba que esto es un atraco-me susurró una voz sexy muy conocida al oído.
Yo no le hice ningún caso e intenté zafarme de su mano y de él, pero todo esfuerzo fue en balde.
-No sabía que te fueses a poner así Inés, ¡ni que te fuera a comer! Aunque suena de lo más tentador…-dijo, sofocando una carcajada.
-¿Diego?-intenté decir, aunque con su mano oprimiéndome la boca era difícil vocalizar algo.
-Vamos a hacer un trato, yo te suelto si me prometes que no me vas a pegar la bronca, ¿de acuerdo?
Asentí y me soltó, lentamente.
-Eres un imbécil-le solté.
-¡Prometiste no echarme la bronca!-me dijo con voz socarrona y acercándose a mí.
-No te estoy echando la bronca, solo te defino-le dije, sacándole la lengua.
Entonces vi esa mirada en Diego, esa mirada de deseo y como se acercaba cada vez más y más hacia mí, hasta que tuve que pararle.
-No Diego, esto no está bien-susurré, pero como estaba tan cerca mío me oyó a la perfección.
Entonces poco a poco se fue alejando, y me dolió en el alma haberle dicho eso, pues en el fondo tenía muchas ganas de besarle.
Antes que pudiese decir nada, pues no quería confesarle que sentía algo por su primo, proseguí.
-De momento será mejor que solo seamos amigos, Diego. Necesito tiempo-murmuré, notando como esas palabras nos hacía daño a los dos.
-Vale, como quieras-susurró, cabizbajo.
Hubo un tenso silencio entre los dos y yo notaba como los ojos me escocían cada vez más y más, y como mis lágrimas querían aflorar al exterior.
No lo entendía. Era verdad que siempre había sido muy llorona y sensible, pero no era normal que estuviera a punto de llorar por un chico que había conocido hacía menos de 24 horas.
-¿Puedo abrazarte?-me dijo de repente.
Yo no pude reprimirme, y me lancé a sus brazos.
Noté como cada vez se apretaba más a mí y yo a él, como si nos necesitásemos el uno al otro. Noté como los dos nos fusionáramos. Noté, por raro que parezca, que con ese abrazo me quería decir que me quería; era como una voz que me susurrara lo evidente.
Entonces sentí como algo se removía en mi interior. Como unas alas que revoloteasen dentro de mí y me hacía cosquillas pero que me hacía sentir muy bien a la vez.
Entonces se separó un poco de mí y pude mirarle a los ojos, esos preciosos espejos azules que tenía en la cara.
Me di cuenta que tenía esbozada una sonrisa pícara en el rostro, y lo que me gustaba a mí esa sonrisa.
Empecé a ruborizarme, pues solo con su presencia me cautivaba. Suerte que era de noche y no me vería con claridad
-¿Tienes algo que hacer mañana por la mañana?-me preguntó, sin separarse de mí.
Mi corazón empezó a ir más deprisa.
-Pues tengo que ir al instituto… ¿Por?
-¿A que hora tienes que estar allí?
-A las ocho y media. ¿Por qué lo dices? Diego, me estás asustando.
-Porque tengo que hacer unas cosas por la mañana, y puestos a madrugar pensé en acompañarte al instituto… ¿Qué me dices?
-Vale, está bien. ¿Aquí a las ocho?
-Aquí a las ocho-me dijo, apartándome un mechón del pelo que tenía en la cara y soltándome de su abrazo.
Nos dimos dos besos en la mejilla de buenas noches y yo me dirigí a mi casa.
Cuando estaba cerrando la puerta de entrada le vi a él, en el mismo sitio en el que lo dejé mirando hacia mí, esbozando esa sonrisa torcida que tanto me gustaba.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Hola Bloggeros!

Esta entrada al blog va para vosotros.
Tengo tres cositas que contaros, pero empezaré por la que a mi me parece más importante.
Últimamente he tenido mucho tiempo para pensar; para pensar en vuestras críticas constructibas y consejos; he decidido en dar a conocer mi identidad. No por nada, solo porque la gente que sigue mi pequeña historia quiere saber quién es su autora, cosa que respeto.
Mi nombre es Paula, vivo en Castellón-España (norte de la comunidad Valenciana), tengo actualmente quince años y voy a cursar mi último (espero) curso de la ESO en el colegio Lope de Vega. Espero que no pensáis que intento hacerme de notar primero diciendo que no iba a decir quien soy y después desmintiéndolo, ya di a entender mis razones en su momento.
En segundo lugar, siento mucho no subir los capítulos más seguidos, es que en verano se me hace imposible.
Acabo diciéndoos que al final de cada entrada en mi blog he puesto como una "aplicación" de vuestra reacción a cerca de lo que he escrito anteriormente. He de decir que la uséis con conciencia, pues estoy poniendo mucha ilusión en esto. No quiero decir que hagáis la pelota y pongáis que os gusta cuando de verdad pensáis que es aburrido o soso o lo que sea. Solo os pido que no contestéis al tun tun, porque a mi me importa mucho.
Para más información, entrad en mi tuenti: Mi Pequeño Proyecto o enviadme un correo electrónico a: mipequenoproyecto@gmail.com
Dicho esto, paz, y sed felices :)

jueves, 11 de agosto de 2011

CAPÍTULO DIEZ.

Estaba cantando la música de la radio mientras que me secaba el pelo con el secador cuando oí que alguien tocaba al timbre de mi casa.
De repente me puse muy nerviosa, pues lo primero que pensé fue que mi nuevo vecino se me había presentado con una tarta de arándanos debajo del brazo a modo de bienvenida como en las típicas películas malas americanas.
Apreté al botón de “Look” y miré quien había llamado.
Por suerte-o por desgracia-, se hallaba Erica detrás de mi puerta, acicalándose el pelo.
Le abrí la puerta y le chillé por el hueco de la escalera: “¡sube, que me estoy secando el pelo!”
Mi casa era de dos plantas más la buhardilla.
En la primera planta se encontraba lo esencial: salón-comedor, una cocina, un baño, una salita de estar y el jardín. En la segunda planta está la habitación de mi madre, la de mi hermana pequeña, mi habitación y dos baños. En la buhardilla, se encontraban todos los trastos: juguetes viejos, ropa, fotos y máquinas de hacer ejercicio que compró mi madre en un intento desesperado por adelgazar.
Toc toc.
-¿Se puede?-preguntó Erica, después de tocar a la puerta.
-Prueba, no creo que te coma nadie-contesté yo, sonriente mientras me ponía una camiseta.
-Tía, ¡tengo que contarte una cosa súper fuerte!-me dijo mi amiga, con esa voz tan juvenil que le caracterizaba.
-Sorpréndeme-contesté, adivinando lo que me iba a decir.
-¿Estás preparada?-preguntó, aunque sin darme tiempo a contestar, prosiguió- Pues resulta que María ha cortado con mi hermano porque, supuestamente, es demasiada poca cosa para él. Y mi hermano está por los suelos. Solo te digo que ha llegado a casa totalmente borracho y luego ha ido a ver a mi primo, que se acaba de mudar al pueblo. ¿A qué no te lo esperabas?
Hubo un breve silencio.
-La verdad… La verdad es que si te lo digo, no te lo crees.
Entonces empecé a contárselo todo. Le conté que quería olvidarme de su hermano y apareció su primo y que en menos de un día, quedé cautiva de los dos.
-Jopé tía, ¡me has dejado en shock! ¿Tu qué tienes con los miembros de mi familia?-dijo, esbozando una leve sonrisa.
-No lo sé, en la vida había ligado como ahora.
Y era cierto, Siempre había sido una chica muy tímida y nunca había tenido novio o nada que se le pareciese. No era del tipo de chicas a las que le gustaran a los tíos. O almenos hasta ahora.
Erica era todo lo contrario. Era como un sex-symbol del instituto y alrededores, aunque no por eso era una chica fácil, si no todo lo contrario. Era un hueso duro de roer, no todos los chicos eran del agrado de mi mejor amiga.
Entonces me miró, pensativa y alzándome la barbilla me dijo:
-¿Quieres alegrar esa cara, que parece esto un velatorio? No soy solo portadora de malas noticias, ¿sabes?
Le miré a la cara y noté ese brillo en los ojos que tenía cuando se le estaba ocurriendo alguna idea, normalmente brillante. Ese brillo que me daba tanto miedo.
-Dime-dije yo, a media voz.
-A, no; sí lo dices con ese entusiasmo no pienso decir nada de nada-contestó, esbozando una sonrisa socarrona.
-Vale Eri, cuéntamelo va…
-¡No, no, no!-me dijo mi amiga, sacándome la lengua-¡No te lo pienso decir, porque estás taaaaaaan deprimida que no te interesa!
-¡Por favor Eri, dímelo!
Como me conoce. Yo soy tremendamente curiosa, no os confundáis con cotilla, porque las cotillas son las relacionadas con chismes y cuentos mientras que a las personas curiosas como yo no les puedes decir “Inés, te voy a decir tal cosa” y luego no decirla, si no la curiosidad me mataría (metafóricamente hablando, claro está),
Ya que no me lo contaba empezó la persuasión. Comencé con un ataque de cosquillas.
Erica no paraba de reírse y me hacía señas para que parase, pero le hice sufrir más.
-Si me haces cosquillas no te lo voy a poder contar-me dijo, entre carcajada y carcajada.
Decidí parar, la curiosidad era incesante.
-Está bien-dije yo-. Pero no valen trapos sucios, ¿eh?
-No, no, tranquila. Eres muy cruel cuando te lo propones.
Mi amiga tiene “hipersensibilidad en la piel” (en verdad, tiene muchas cosquillas y yo le digo eso porque le molesta un poco, ya que esos no son los efectos de la hipersensibilidad cutánea) y también es hipersensible emocionalmente hablando. Esta última se la diagnosticaron hará unos tres años la verdad, en un principio se burlaban bastante de ella, yo incluida porque en aquel entonces me caía mal y ahora me arrepiento muchísimo de ello.
Al ser hipersensible emocionalmente es súper empática y me ha ayudado mucho siempre con mi familia por una razón que os contaré a continuación.
-Pues verás: mi hermano y yo hemos decidido montar una fiesta “en honor” a mi primo. No pongas esa cara, en verdad es una escusa para que mis padres nos dejen la casa por la noche para hacer una fiesta-me dijo, al ver la cara que de mala uva que puse-. Bueno, pues que vamos a invitar a nuestros amigos y gente del barrio. ¿Qué te parece?
-Bueno Eri, tu ya sabes que yo me apunto a un bombardeo, pero se lo tendría que preguntar a mi madre…
Justo en ese momento oigo como alguien abre la puerta y luego oigo también en tintineo de la vocecita de mi hermana Rebeca, así que la que ha abierto debe de ser mi madre.
-Justo a tiempo-comento yo-. Vamos a preguntarle.
Eri asiente con la cabeza y nos dirigimos a la planta de abajo.
Cuando estoy en el último escalón, veo a Rebeca que me mira, expectante, y alta encima de mí, dándome un abrazo enorme mientras giramos en el sitio, haciendo el tonto.
De repente, mientras le hacía carantoñas, se le cae la peluca.
Mi hermana se llama Rebeca Martínez Millán, tiene diez años y hace cinco que le detectaron cáncer de piel y aún está en tratamiento.
Esa es una de las dos cosas en las que más apoyo he recibido de mi mejor amiga.
La otra es referente a mi padre. Está en la cárcel por haber secuestrado a mi hermana con cuatro años y medio, perderla de vista y gracias a él tubo quemaduras de tercer grado, cosa que provocó el cáncer.
Rebeca a penas lo recuerda y para ella, mi padre murió de u accidente de tráfico. Cuando esté más estable, le contaremos la verdad.
Si lo hiciésemos ahora sería muy dañino para su salud, ya que cualquier emoción fuerte hace que su cáncer se agrave.

miércoles, 27 de julio de 2011

CAPÍTULO NUEVE.

Entré a casa lo más sigilosamente que pude, pues no quería que me echaran la bronca por llegar tan tarde, hacía una hora larga que había salido de atletismo.
Menos mal, no había nadie.
Fui a la cocina porque necesitaba un bol de mi querido helado de leche merengada. Subí las escaleras que conducían al piso superior y me encerré en mi habitación.
Cuando llegué, bajé la persiana, pues no quería que me viera el vecino de enfrente ni su primo.
Intenté llamar a Erica, pero no me lo cogió pues saltó el buzón de voz.
Fui a darme una ducha, a ver si me despejaba. Mientras puse la radio, así me animaría, o eso suponía.
Suena Broken strings de James Morrison.
Siempre que estás triste suenas canciones tristes en la radio. Era la ley de Murphy.
Hice caso omiso y entré en la ducha. Lo peor es que siempre que lo hago me da por pensar.
Pensaba mucho en todas las cosas que me habían pasado hoy.
Había conocido a un chico fantástico: muy simpático, guapo y había algo entre nosotros.
Entonces apareció Erik, mi gran primer amor. Ese elemento que yo creía que había olvidado.
Lo más extraño era que ambos eran primos y por poco no me había besado con ellos el mismo día. Para ser exactos, en menos de una hora.
Hablando en plata, me sentía como una guarra.
De repente, oí que me llamaban al móvil, así que salí hacia mi habitación medio enjabonada y enrollada en la toalla.
-¿Dígame?-pregunté.
-¡Me!-contestó Erica.
-Muy graciosa Eri…
-Lo sé, lo sé… Pero no te he llamado por eso. Tengo una perdida tuya-prosiguió-. Si te parece bien, me paso por tu casa y hablamos, que yo te tengo que contar una cosa.
-Me parece estupendo-dije.
Colgó. Era una bonita manía suya; colgar sin despedirse.
Empecé a secarme el pelo. Mientras, en la radio sonaba A contracorriente de El Canto del Loco.
Eso mismo estaba haciendo yo, ir a contracorriente.


Minutos antes, en la casa de delante, Erik y Diego empezaron a hablar sobre  Estaban en el balcón, mirando hacia la casa de Inés, fumándose un cigarro.
-Y qué Diego, ¿ya has decidido lo que vas a estudiar el año que viene en la universidad?-preguntó Erik.
Diego tiene dieciocho años, y se había tomado un año “sabático de estudios” porque se puso a trabajar para poder pagarse a la universidad.
Sus padres eran muy raros. Les salía el dinero por las orejas, pero querían que su hijo perdiera un año de estudios para que aprendiese que “las cosas hay que ganárselas,  porque no siempre te van a sacar las castañas del fuego tus padres”.
-Sí, a demás lo tengo muy claro. ¡Estudiaré fisioterapia!-dijo, muy entusiasmado.
Hubo un breve silencio. Entonces Erik estalló en carcajadas.
-Primo, ¡tú sí que sabes! Dicen que en ese trabajo se liga mucho con mujeres muy guapas y muy ricas.
No has cambiado nada, primo-pensó Diego-. Siempre había sido igual de materialista con las mujeres.
Diego le pegó dos caladas más al cigarro y lo tiró para entrar en su casa. Erik le siguió.
-Diego… ¿Cómo has conocido a Inés?-preguntó Erik, receloso.
-Pues resulta que iba a inscribirme a la pista de atletismo que hay por aquí cerca. ¿Sabes de cual te hablo?
Erik asintió con la cabeza.
-Pues tropezó conmigo, me cayó bien y la invité a un café. Luego descubrimos que éramos vecinos. Gracioso, ¿verdad?
-Sí, mucho-murmuró-. ¿Y cómo es que ha acabado en tu casa?-preguntó, en voz más alta.
-Pues llovía a cántaros y le dije que si quería entrar-dijo-. ¿Celoso de que me la haya ligado?
-¿Yo? ¡Pero qué cosas dices! Por mí como si empezáis a salir juntos, ¿sabes?
Mientes-pensó Erik, en su fuero interno.
-Hablando de salir… ¿Qué ha pasado con tu novia? ¿Estás bien tío?
-¿María? Bah, eso ya es agua pasada-dijo, Irremediablemente, pensó en Inés.
Luego, los dos primos empezaron a organizar la habitación de Diego, ya que estaba hecho todo un desorden por la reciente mudanza.
-Oye, Diego: habíamos pensado Erica y yo en hacerte como una fiesta de bienvenida, para que conozcas a la gente de aquí y eso. ¿Qué te parece?
-Me parece muy bien-dijo, mientras colocaba unos libros en la estantería-. ¿Cuándo?
-No te preocupes por eso, es una sorpresa.
Ninguno de los dos sabía a ciencia cierta como se iban a sorprender en esa fiesta.

jueves, 14 de julio de 2011

CAPÍTULO OCHO.

Salí a tientas de la habitación, pues todo estaba muy oscuro.
Las probabilidades de caerme eran directamente proporcionales a las veces que tocaran el timbre, pues me ponía histérica; estaba “tocando” la canción de La Cucaracha con él.
Al fin pude encontrar el pomo de la puerta, y la abrí, lentamente.
Nunca, y cuando digo nunca es nunca, podría llegar a imaginar que Erik, nada más y nada menos que él, estaba llamando a la puerta. Mira que intentaba olvidarme de él por todos los medios, pero siempre lo tenía alrededor.
-Oye tío, ¿por qué tardabas tanto? Estoy ca…-dijo Erik, seguida de su cara de asombro-. ¿Inés? ¿Qué haces tú aquí?-preguntó, mirándome de arriba abajo, sorprendido.
-Yo… Eh…-no supe que decir. Seguramente si le decía que había venido a casa de Diego para guarecerme de la lluvia, no se lo creerá gracias a mi atuendo y a mis mejillas sonrojadas.
Entonces, por arte de magia, apareció Diego, sin camiseta como antes y sujetando una vela encendida.
-¡Eh, primo! ¿Que haces tú por aquí?-dijo Diego.
¡¿Primo?!
-Venía a saludar, pero si interrumpo algo...-dijo Erik, dudoso.
-¡Pero que vas a interrumpir hombre! Venga, pasad los dos al salón mientras yo busco más velas que encender. No os tropecéis, ¿eh?
Instantes después, estábamos los dos en el sofá del salón de casa de Diego.
-No sabía que Diego y tú fueseis primos-comenté yo.
-Ni tú que conocieras a mi primo-me contestó, con cierto tono de reproche.
-Hay muchas cosas de mí que no sabes…-murmuré.
Creo que jamás había estado tan incómoda. Estaba en una habitación a la luz de las velas con el chico del cual me había enamorado hace dos años y, sin lugar a dudas, aunque lo negara, seguía sintiendo cosas por él. Y Erik estaba tan sumamente guapo con la luz de las velas…
Pero no debía pensar eso. Puede que siguiera queriéndolo, pero e tenía que olvidar de él, ya que tenia novia y a mi me ignoraba.
-¿Cómo te has hecho esto Inés?-dijo Erik, señalando a mi muñeca.
-¿Esto? No sé, creo que me he girado la muñeca cuando me cambiaba en le vestuario del atletismo.
Entonces me cogió la mano y estuvo girándola suavemente.
-¿Si hago esto, te duele?-preguntó él, mientras seguía moviendo mi mano.
-¡Oh, sí!-exclamé.
-¡Lo siento!-dijo-Por lo poco que sé, tiene pinta de esguince, pero será mejor que vallas al médico.
-¿Enserio?-pregunté, horrorizada. Estaba de exámenes finales, y no me apetecía tener un cabestrillo.
-Si quieres, cuando amaine la tormenta, te acompaño.
-Muchas gracias Erik… No pienses que soy una maleducada, ¿pero y esa amabilidad repentina?
Hubo un breve silencio.
-Sí, tienes razón… Creo que intento buscar cualquier cosa para no tener que pensar en María...-susurró, cabizbajo- Me ha dejado-prosiguió, mientras una lágrima se le escapaba de los ojos.
Era la primera vez que veía a Erik llorar. Siempre parecía tan duro y seguro de sí mismo…
No pude resistirme a la idea de abrazarle, así que le abracé. Muy fuerte. Y él me correspondió.
-Lo siento mucho Erik…-conseguí murmurar-¿Cómo ha sido eso?
-Me ha dicho que se merecía algo mejor. La verdad, no sé que le he hecho para merecerme algo así-dijo, medio sollozando.
Entonces, se separó de mí y me miró. Me tiró el mechón de pelo que tenía en los ojos y, poco a poco, se iba acercando a mi.
¿Porqué cuando te hacen falta no existes para ellos y cuando tú quieres que no existan, van hacia ti?-pensé.
-Para, para… ¿Qué haces, Erik?-le dije, mientras empujaba mis manos suavemente sobre sus hombros.
-¿Cómo que qué hago?-preguntó, sorprendido-Tu me gustas, yo te gusto. Aquí nadie nos puede molestar. ¿Por qué no, Inés?
Tarde-pensé-, ahora es demasiado tarde.
-¿Cómo que nadie nos puede molestar? ¿Que hay de Diego?
-Bah, él no nos molestará, créeme-dijo Erik, restándole importancia.
Si tú supieras-pensé yo.
Erik se volvió a acercar más rápido que antes,. Pero yo le conseguí esquivar.
-¿Has estado bebiendo, Erik?-pregunté, mosqueada.
-Solo han sido un par de quintos.
-Sí claro, un par detrás de otro. Así no Erik, así no se hacen las cosas.
No aguantaba más esta situación. Ya no llovía tanto, así que subí al piso de arriba, a la habitación de Diego a cambiarme. Aun estaba la ropa un poco húmeda, pero me daba igual.
Me despedí de Diego, que estaba abajo esperándome, aunque no le hice mucho caso.
Ahora mismo lo que quería era llegar a mi casa, poner mi CD de Dani Martín y llamar a Erica.

domingo, 10 de julio de 2011

CAPÍTULO SIETE.

Entrábamos a la cafetería que estaba al lado de la pista de atletismo. Nos sentamos en la mesa que estaba al lado de la ventana. Era mi sitio preferido, pues el río se veía perfectamente desde allí.
Me pedí un capuccino y él se pidió un zumo de coco y piña. Solo con pensarlo se me hacía la boca agua.
Primero, estuvimos hablando a cerca de los precios, los horarios y de Felipe, el entrenador.
Recordé que Diego era nuevo en el barrio, así que cuando salíamos de la cafetería le pregunté:
-Oye Diego, ¿por donde está tu casa?
-Mi casa… Mira, ¿ves esa de ahí blanca? Pues la que está justo en frente es la mía.
Miré las indicaciones que me daba Diego.
No podía ser verdad. No podía ser ESA casa blanca.
-La casa blanca… ¿Te refieres a esa de ahí?-dije, señalando a la casa blanca más cercana a mí.
-Sí… No veo otra casa blanca por los alrededores… ¿Que problema hay?
-¿Problema? Ninguno-contesté yo-. Es, simplemente que esa casa blanca es mi casa.
-¿Enserio?-preguntó, risueño.
-Enserio-contesté.
Nos reímos los dos al unísono.
Entonces empezó a llover a cántaros.
Diego se quitó su camisa y se quedó en camiseta de tirantes, haciendo como un pequeño paraguas con su camisa azul a cuadros.
-¡Corre!-gritó mientras me guarecía de la lluvia junto a él debajo de su camisa.
Nos refugiamos debajo de su casa.
-¡Uff, estoy empapada!-comenté yo.
-Y yo... Entra a mi casa, te cambias y esperas a que se pase la tormenta-dijo, acto seguido de que retumbara el suelo a causa de un trueno enorme.
Dudé unos instantes, pero al final asentí.
Diez minutos más tarde estaba en el baño de la habitación de mi amigo. Me dispuse a cambiarme y cuando vi la camiseta que me había preparado Diego, tenía mis dudas de que no se me cayese de lo grande que era. Me sequé un poco el pelo y salí.
Diego me esperaba sentado en su cama, guitarra en mano. Era verdad que estaba en su casa, pero no se que afición tenía este chico a ir con el pecho descubierto. Pero yo no tenía ningún problema, no estaba nada mal el chaval.
De repente, me sentí desnuda.
Él me miró de arriba a bajo, parecía que le gustase. Sentía como me sonrojaba, así que decidí no pensar en ello.
-¿Tocas? La guitarra quiero decir...-dije. Estupendo Inés, pensé,
-Ven,siéntate que te toco algo-dijo risueño.
Obedecí. Me senté intentando que no se quedara nada al descubierto con la camiseta que me había dejado Diego, pues me venía extremadamente corta.
Empezó a entonar una melodía. Sus dedos se movían grácilmente por el instrumento. Era muy bonita esa canción.
Se quedó mirando mi cara de embobada. Me dijo algo, pero no le entendí.
-¿Cómo?
-Que si tú tocas algún instrumento-se rió.
-Bueno... Si cuenta la flauta dulce del colegio...
Nos reímos los dos.
-¿Quieres que te enseñe a tocar la guitarra?
Asentí con la cabeza.
Él se colocó detrás de mí. Me puso la guitarra en mi regazo y cogió mis manos para posicionarlas en las cuerdas de ésta. Le miré. Estábamos muy cerca el uno del otro. Sentía como si cada vez mi tiraran de un hilo y me obligase a acercarme a él.
Nuestros labios se rozaban. Nuestra respiración era pausada. Cuando estábamos a punto de besarnos un trueno aterrador hizo que se fuera la luz.
Chillé como una tonta. Luego me arrepentí.
Diego no paraba de reírse de mí.
-Voy a por una linterna, una vela o algo para que no te asustes, ¿vale?-me susurró al oído.
-Vale-conseguí murmurar
-Espérame aquí, no tardo-me dijo mientras se levantaba de la cama.
Minutos después, alguien llamó al timbre. No una, ni dos, tres veces.
-¡Inés, abre tú, que yo ahora no puedo!-me chilló, de a saber dónde.

jueves, 7 de julio de 2011

CAPÍTULO SEIS.

Pleno mes de mayo, un sol de justicia, y yo salía de la pista de atletismo. Correr me relajaba. Era mi vía de escape. Solo tenía que esforzarme para llegar a la meta. Ponerle ahínco. Saltar todos los obstáculos para llegar a un fin. Y hacerlo lo mejor posible. Y luego, ¡plof! Si lo hacías bien, perfecto y si no, no pasaba nada.
Entraba al vestuario. Me quité la ropa y entré a la ducha. Nadie sabía lo bien que sentaba una duchita fresquita después de haber corrido tanto. Sabía a gloria.
Media hora después, recogía mi bolsa y los libros que había traído para intentar estudiar por si Felipe me dejaba, pero había sido en balde. Cursaba primer curso de bachiller. Me jugaba mucho con las notas y aprovechaba cualquier rato para echar una ojeada a los libros.
Felipe es mi entrenador. Es muy majo y enrollado, además me dice que tengo madera para esto, pero en cuanto pisamos la pista de atletismo, no hay nadie que le pueda hacer cambiar de parecer.
Cuando salía por la puerta principal, tropecé con algo. Parecía un testigo. Menos mal que la persona que había delante de mí fue lo bastante rápida como para cogerme antes de que yo cayese.
-Oh, vaya. Lo… Lo siento. ¿Estás bien?-conseguí tartamudear.
El chico que milagrosamente me había cogido consiguiendo que no me cayera de morros era alto, me sacaba dos cabezas, por lo menos. Una tez blanca Tenía el pelo rubio natural, una nariz grande, pero no fea; unos ojos grandes también, y de un azul tan intenso y bonito, que te daba respeto mirarle fijamente.
-Yo estoy perfectamente, gracias. ¿Pero eso no te lo debería decir yo?-dijo sonriendo-. ¿Te has hecho daño?-prosiguió más serio.
-Pues... Hem... La… La verdad…-¿pero que estaba haciendo? ¿Por qué me comportaba tan rara delante de él? Pero si solo es un tío, a la mínima me hará daño como Erik. Sí, era muy guapo, pero… ¿Ese era el motivo? No estaba muy segura. ¿Y yo era esa que se iba a comer el mundo?-La verdad es que no lo sé-conseguí decir con un poco más de determinación mientras aún estábamos cogidos.
-Ah, eso está muy bien-dijo, con cierto tono de ironía-. Creo que no nos hemos presentado. Me llamo Diego. Soy nuevo en el vecindario y... Bueno, me gustaría apuntarme a atletismo. Por lo que veo, tú corres también, ¿no?-me dijo, cuando vio mi bolsa de hacer deporte que llevaba el nombre del complejo deportivo.
-Cierto.
-Bueno, me preguntaba si querías ir a tomar un café a la cafetería de aquí al lado conmigo y me explicas de que va todo esto. ¿Que te parece?
Mi conciencia estaba dividida en dos, cosa que no era muy agradable. Una parte me decía que yo no conocía de nada a ese tal Diego y que no me tenía que fiar de él, porque no sabía nada de éste. Otra parte me decía que esta era una buena oportunidad de olvidarme del iluso de Erik que no me hacía ni caso. Además, pensaba que con Diego me lo pasaría bien. Había un poco de feeling entre nosotros dos.
Decidí hacer caso omiso a la primera opción y dejarme llevar.
-Me parece fantástico, un café no me vendrá nada mal. Pero no puedo tardar mucho porque tengo que estudiar, ¿de acuerdo?
-Me parece bien-contestó él.
-Ah, una cosa más
-Dime.
-Llámame Inés-dije yo, sonriendo.

miércoles, 6 de julio de 2011

CAPÍTULO CINCO.

Cuando salí de la ducha, me envolví en mi toalla, fui directa al congelador para servirme un cuenco de helado de leche merengada, que sería lo único que mínimamente me animaría en esos momentos.
Me senté en el sillón a hacer “zapping” en la tele mientras comía el helado.
Cuando ya iba por el tercer cuenco de helado y me había tragado todos los anuncios de la tele tienda decidí llamar a Erica, a ver si ella me animaba un poco más.
"El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura, por favor…“ Genial-pensé-, ahora la señorita se va a dormir con el teléfono apagado. ¿No sabe que puede pasar alguna catástrofe y ella ni enterarse por estar dormida? Aunque, bien pensado, ocurriría alguna catástrofe si la despertara a estas horas.
Suspiré.
Eran las 4:30 de la madrugada y hacía más de dos horas que no podía dormir. En más de una semana no había visto a Erik, once días, para ser exactos. Encima, cuando lo vi se estaba magreando con María.
Intenté borrar lo más pronto que pude esa imagen de mi cabeza.
Al día siguiente, celebró su décimo sexto aniversario y, como no, yo no estaba invitada, aunque casi lo preferí. Días después, entre en el tuenti y vi las fotos que había subido María. Era una verdadera pena que su querido novio no tuviese tuenti y no pudiese ver las fotos donde salía tonteando con todos los tíos de la fiesta. Patético.
Entonces, vi que alguien me estaba hablando por el chat. Era Erica. Me decía que estaba indignada y muy triste. Erik era lo que más quería en el mundo y no quería verlo sufrir, así que le enseñó las fotos de la fiesta que subió al tuenti, y discutieron. Erik decía que dejara de inventar cosas donde no las había porque según él, María es muy cariñosa con todo el mundo y que estaba sacando las cosas de contexto. Y que no tenía derecho a que si ya no le cayera bien desde un principio pagarlo con su relación
No sé que narices le había hecho María a Erik, porque aunque no fuera un hacha en los estudios sí era inteligente. No soportaba esa situación.
Moví la cabeza, indignada. “Inés, vuelve al mundo real-pensé. Sí, me hablaba a mí misma, un síntoma de locura-, deja de pensar tanto en Erik, al fin y al cabo, solo sirve para ponerme más triste.”
Me he cansado. Me he cansado de esperarle. Tan bien y feliz que está él con su novia, ¿no puedo estarlo yo también? Así todos contentos, ¿no? Basta de lamentaciones. Basta de comidas de cabeza.
Tengo dieciséis años, me llamo Inés y me pienso comer el mundo.

domingo, 3 de julio de 2011

RECOMENDACIONES :)

Buenas noches bloggeros!
Como es verano y tengo muuuuuuuuuuuucho tiempo libre, he pensado en dejaros algunos títulos de obras que a mi me gustan, mucho; y muchas son desconocidas por bastante gente.
Aquí van:

1.MEMORIAS DE IDHÚN.
Es una fascinante trilogía que trata de una serie de acontecimientos fantásticos que afectará a dos mundos: la Tierra e Idhún. En éste último mundo viven seis razas (sangrecaliente) en relativa armonía: humanos, celestes, féericos, varu, gigantes y los yan. Existen también especies semidivinas: unicornios, dragones y sheks (serpientes aladas). Los sheks (y con ellos los szish, sus fieles aliados), fueron exiliados y casi extintos por los dragones tiempo atrás pero un mago infinitamente poderoso, Ashran el Nigromante, utilizó su magia combinada con la de los dioses para provocar una conjunción astral de los tres soles y tres lunas de Idhún para traer a los sheks de vuelta y exterminar a dragones y unicornios. De este modo, podrá implantar su dominio sobre las seis razas sangrecaliente con ayuda de los sangrefría (szish), ya que una profecía afirmaba que serían un dragón y un unicornio quienes causarían su caída. En esta trilogía no faltan la amistad, el desengaño la guerra y el amor, mucho amor.
Está compuesto por tres libros: La Resistencia, Triada y Panteón.
La autora de esta fantástica novela es Laura Gallego, paisana de Gandía.

2.CAZADORES DE SOMBRAS.
Su autora es Cassandra Clare. Todo empezó cuando Clary fue a la discoteca Pandemónium y descubrió como una panda de amigos cazaban a un demonio. A partir de ahí, juntos Clary, Jace, Isabelle y Alec, lucharon contra los demonios y Valetine, un cazador de sombras muy peligroso.
Esta compuesto por: Ciudad de Hueso, Ciudad de Ceniza, Ciudad de Cristal y Ciudad de los ángeles caidos.

3. TRES METROS SOBRE EL CIELO. (Antes que penseis nada, si lo creeis saber todo porque habeis visto la película, estais equivocados, el libro le da 1.000 patadas! Lo siento si parezco chulita, pero me fastidia mucho...)
Su escritor es Federico Moccia, y cuenta una historia de amor entre Babi, una niña pija de Roma y Steph, el chulito del barrio que siempre está metido en peleas pero que gracias a Babi, sacará el mejor lado que hay en él.
Tiene segunda parte, se llama Tengo ganas de ti, muy buen libro, me encanta. Le da un giro de 180º a la historia.

Dicho esto, paz, y sed felices.

sábado, 2 de julio de 2011

CAPÍTULO CUATRO.

En ese instante, estaban pasando ante mí todos los momentos que habíamos compartido María y yo en el campamento. Me sentía sola. Sola por haber perdido ese único apoyo que tenia en el campamento.
-¿Cómo he podido estar tan ciega?- me sorprendí murmurar mientras lloraba desconsoladamente.
“Menos mal que nadie me ha visto, porque me moriría de la vergüenza”, pensé. No lloraba porque mi mejor amiga, o lo que fue antes, me hubiera traicionado, si no que lloraba de rabia por haberme dejado engañar. En el fondo, sabía porque lo había hecho. Ella siempre ha querido ser más que los demás, siempre ha querido tener lo mejor y apartar a los demás de sus objetivos, sin apenarse si hacía lo correcto. En el fondo, sabía que se había enfadado por no hacerle caso y seguir encaprichada con Erik.
Puede que me sintiese sola, pero estaba acostumbrada a ello, y no me apenaba en realidad otro fallo de otra amiga, estaba acostumbrada.
Pero no me parecía justo que me hubiese estado manipulando de esa forma para al final acabar ella con Erik, el sueño de mi vida; ella sabía que no tardaría en decirle lo que sentía por él y tenía miedo, por eso hizo lo que hizo.
De repente, oí paso detrás de mí. Corrí a enjuagarme las lágrimas, no quería que nadie me viese así. Cuando estaba justo detrás de mí paró.
-Mi hermano puede ser extremadamente zoquete en cuestiones del amor y no darse cuenta de lo que tiene delante, ¿verdad?-dijo, con una voz muy dulce.
-¿Erica?-dije, girándome levemente para mirarle a la cara.
-La misma que viste y calza-me dijo sonriente, mientras se sentaba junto a mí en el muelle.
Conocía a Erica desde que me llega la memoria, al igual que Erik. Aunque les conociera de toda la vida, solo los conocía de vista, de haberlos visto alguna vez por el colegio y después por el instituto y por el barrio. Gracias al campamento, había podido conocerlos más a fondo, sobretodo a Erik hasta el punto de enamorarme.
Con Erica no había tratado mucho porque como había estado más con María y ellas no se llevaban bien, no la había llegado a conocer en el campamento, ya que era una oportunidad muy buena.
Ahora que la miraba detenidamente, Erica era guapa, muy guapa. “Normal-pensé-¡es la hermana gemela de Erik, tonta!”.
Hubo un breve silencio cuando Erica preguntó:
Y tú Inés, ¿cómo estás?
-Yo…-dije, cabizbaja- No lo sé…
Entonces me giré y miré a Erica. Su semblante parecía preocupado.
De repente, atisbé una pequeña sonrisa en sus labios mientras me tendía la mano.
-Inés, ¿hace un paseo en barca por el lago?
Yo la miré con desconfianza, aunque luego pensé, ¿por qué no?
Entonces, le cogí la mano y fuimos en pos de la barca.

miércoles, 29 de junio de 2011

CAPÍTULO TRES.

Pascua del 2009, en un campamento de Tarragona.
-Ah, ¡qué asco! Cada día hacen peor comida en el campamento ¿no crees, Inés? ¡Inés, no me estás escuchando!
-Oh, si perdona, ¿qué decías?
-Decía que dejes de pensar tanto en Erik… ¿No ves que jamás se fijará en ti? Eres demasiado poca cosa. Además, creo que tiene algo con su hermana, porque no es muy normal que unos hermanos estén siempre tan juntitos, ¿no crees?-dijo, con cierto tono de ironía.
-Creo que tienes razón, será mejor que me olvide de él-hice caso omiso al respecto de que eran hermanos-. Total, seguro que no sabe ni que existo-dije, cabizbaja-. ¿Sabes? Vosotros haríais mejor pareja
Aunque acabase de decir aquello, en el fondo sabía a la perfección que sería imposible que me pudiese olvidar de él y dije que harían buena pareja solo para que se callase, que me tenía la cabeza como un bombo.
Erik es el sueño de muchas jovencitas. Es muy alto, cerca del metro ochenta, con el pelo ni demasiado largo ni demasiado corto, rubio oscuro. Tiene una sonrisa que te quita el hipo, la típica que tienen los modelos que anuncian pasta de dientes. Está cachas, pero no es el típico culturista con forma de cruasán, sino que él es perfecto. Ojos grandes y pardos, con unas pestañas larguísimas. Apartando su hermoso físico, es una persona muy maja, muy amiga de sus amigos y es un encanto con todo el mundo, sobre todo con su hermana gemela, Erica.
Hablando de ésta última, me da que pensar en que ella y mi amiga María habían tenido alguna pelea por la forma en que hablaba mi amiga de ésta.
María es la típica chica popular que conoce a todo el mundo allá por donde va, aunque en la mayoría de sitios no sea bien recibida, pero a mi me parece una bella persona. Ella tiene una estatura normal, su cabellera le llega hasta la mitad de su espalda y tiene un cuerpo muy bonito y, hoy por hoy, es mi mejor amiga.
-Oye, Inés, ¿tu que clase tienes ahora?-me dijo, de repente. Atisbé una pequeña sonrisa en sus labios.
-Pues… creo que tengo guitarra, ¿por qué?
-Por que recuerdes lo que te dije antes sobre quien tú y yo sabemos que va a tu clase-me dijo, guiñándome el ojo-nos vemos después, en clase de baile-me dijo, yéndose mientras yo acababa de comer.
El campamento al que asistíamos era el mejor de todos los que se pudiera estar-aunque, en mis catorce años solo hubiese conocido uno-. Éste tenía toda clase de actividades, desde artísticas, instrumentales y hasta relacionadas con el instituto, la cual cosa me parece una estupidez; ¿quién, en su sano juicio, va a querer dar clase en vacaciones? Una desfachatez…
Me dirigía hacia mi cabaña-bueno, más bien la cabaña de María y mía-cuando vi a Erica, la hermana de Erik, y a unas amigas suyas, hablando más fuerte de lo que debían, y de repente, rodas se me quedaron mirando, sin ningún disimulo y yo, con una mueca de asco, giré la cara.
-Que agradable, ¿no?-oí como decía una de ellas.
-¿Creéis que lo sabrá ya?-dijo otra.
-Bah, si lo supiese, estaría en algún rincón llorando, seguro…-contraatacó la primera.
-Pobrecita, será un palo cuando se entere… Mi hermano es un imbécil-creí distinguir la voz de Erica.
Había una cosa que no me cuadraba… No cabía duda de que estaban hablando de mí, ¿pero eso que tenía que ver con Erik? ¿Y por qué debería estar llorando?
Al girar la esquina de aquel edificio, no hicieron falta más palabras.
El mundo se me calló a los pies, y en esos momentos quería desaparecer y borrar esas imágenes de mi cabeza.
¿Cómo podía haber estado tan ciega? ¿Cómo coño podía haber estado tan sumamente ciega?
Justo delante del almacén del conserje, donde todo el campamento sabía que las parejitas iban a hacer sus asuntos cuando el conserje estaba tan borracho que no recordaba ni su nombre, estaban mi mejor amiga o, mejor dicho, mi ex mejor amiga enrollándose con Erik.
En esos momentos, María abrió los ojos y me miró. Entonces, todo quedó claro. Ella nunca había sido mi amiga, porque una amiga de verdad nunca te miraría con cara maliciosa, ni pondría su lengua hasta el esófago de Erik mirándote desafiante ni muchísimo menos entraría con el al almacén del conserje después de haberme visto allí plantada, mirándoles.
Entonces, varios sentimientos pasaron por mí. El primero fue el rechazo; el segundo, la aceptación; el tercero, la soledad; el cuarto, la ira; y por último, tristeza, muchísima tristeza.
Cuando me di cuenta, ya estaba corriendo de allí. No sabía donde, pero si sabía que quería llorar hasta reventar y estar sola.
De repente, me encontré frente al pequeño muelle del campamento donde las embarcaciones salían, de vez en cuando, a dar una vuelta por el lago e, incluso, a veces se organizaban excursiones en él.
En ese momento, me senté frente el lago, y me abracé, mirándome fijamente en ese espejo azul mientras grandes lágrimas corrían por mi cara.

martes, 28 de junio de 2011

CHICOS, ENCUESTA!

Hola bloggeros!
Bueno, había pensado en hacer una encuesta para saber que tipo de historia que os gusta más, si las historias de ciencia-ficción o historias más románticas.
Depende del resultado de la encuesta, mi historia se decantará por un lado o por el otro.
Si sale empate o NS/NC (no sabe/no contesta) lo haré según me vaya saliendo.
La encuesta será cerrada el próximo domingo a las 00:00 de la noche. Si veo que no ha participado mucha gente, dejaré algunos dias más.
Dicho esto, paz, y sed felices :)

lunes, 27 de junio de 2011

CAPÍTULO DOS.

-Que sí mamá, volveré pronto, no te preocupes.
-Ay Inés, no me dejas tranquila.
-¡Jolín mamá, parece mentira que no confíes en nosotros!
-Cariño, no lo digo por eso…
-Entonces, ¿por qué lo dices, mamá?
-Pues porque no quiero poner en ningún compromiso a los padres de Erica…
-Por eso no te preocupes, me ha dicho Erik que hasta la semana que viene no vendrán a su casa porque están de viaje o no se qué, y además, los ha llamado y nos han dicho que mientras no armemos follón, no tienen ningún problema.
-Vale, pero piensa que tienes que volver a casa sola, y ya sabes que por esas callejuelas hay muy poca iluminación…
-Dile a tu madre que mi hermano y yo te acompañamos-me dijo Erica, que no perdía detalle de la conversación. Ella es la gemela de Erik, y también mi mejor amiga.
-Mira mamá: Primero, me sé cuidar solita y segundo, los gemelos me acompañan hasta casa, ¿contenta?
-Pues sí hija, la verdad es que me quedo más tranquila, pero…
-Me alegro madre-solo la llamaba así cuando estaba enfadada con ella-. Volveré a la hora de cenar-y colgué, mosqueada con ella, como era habitual.
-Jo Inés, tampoco era para tanto, estaba preocupada-me dijo él desde la cocina.
-Cállate Erik, tu no sabes lo pesada que es-le dije sacándole la lengua.
-¿Sabes Inés? Te queda muy bien mi ropa, ¿verdad hermanito?
-Pues sí, estás muy sexy con la faldita.
-Bah, seguro que exageráis-contesté cohibida y evitando sonrojarme.
-No, no exageramos-me dijo esbozando esa sonrisa torcida y socarrona que me encanta-¡Qué aproveche!-dijo, poniéndome un plato de macarrones delante mía.
-¡Qué buena pinta! ¿Lo has hecho tú, Eri?
-No, lo ha hecho mi hermano.
De repente suena el teléfono y Erik va corriendo hacia él.
-¡Yo lo cojo!-dijo.-¿Diga? ¡Hola, amor!-repuso entusiasmado.
Entonces, Erica al ver mi cara, me miró como si me quisiera pedir perdón
-Será mejor que empiece, sino el plato se me enfriará-murmuré, intentando frenar mis ganas de llorar.

Media hora después, suena el timbre de la puerta mientras Eri y yo nos quedábamos dormidas en el sofá viendo los anuncios de la televisión.
-Esta es la pesada de mi cuñada, seguro-me dijo Erica por lo bajini, seguido de un gran bostezo.
-Hola mi amor, ¿te has olvidado las llaves?-perfecto, ahora le dan un juego de llaves solo para la víbora esa.
-Sí, esque ayer me cambié el bolso y me las he dejado allí.
-Jajaja, que cabeza que tienes. Anda, pasa al salón que allí están Erica e Inés, que yo ahora mismo vuelvo.
-Vale, pero no tardes-oí, instantes antes de que se besaran.- ¡Hola chicas! Cuanto tiempo, ¿eh, Inés?-dijo, sonriendo maliciosamente, como cada vez que me veía.
-Ajá-dije, fingiendo interés en el programa.
-¿Y qué tal te va la vida? ¿Y los chicos? ¿Hay alguna novedad?
-Mi vida es igual de perfecta que la última vez que nos vimos, pero gracias por preocuparte-y me permití el lujo de dedicarle una de mis más falsas sonrisas.
-¡Ya estoy aquí! Cariño, cierra los ojos, por favor.
-Claro, aunque no sé muy bien de que va esto.
-Feliz segundo aniversario, María. Ya puedes abrir los ojos-dicho esto, sacó lo que llevaba escondido detrás de él.
-¡Pero que anillo más hermoso! ¡Te habrá costado un riñón! Pero, espera… ¿se puede saber que celebramos?
-Pero, como, ¿no te acuerdas? Hoy hace dos estupendos años que te conocí en el campamento.
-¡Oh, Erik, eres un cielo! Te amo-todo seguido, saltó del sofá para pasar a sus brazos y fundirse en un beso, como si solo fuesen una sola persona.
En ese momento desearía no estar allí para no tener que recordar todo lo ocurrido hace dos extraños años.

CAPÍTULO UNO.

Uf, menos mal, al fin se acaba la tortura del día de instituto. Creo que hoy ha sido el peor de todos los días, y eso que llevamos más de medio curso empezado.
A primera hora, eso parecía una fiesta cada vez que el profesor se daba la vuelta; los alumnos tiraban avioncitos de papel (y alguno por poco no le daba en el cogote del maestro), haciéndole la burla e incluso contestándole. Yo si hubiera sido él, les hubiese dado dos hostias bien dadas.
A segunda hora, la de matemáticas nos ha puesto un examen sorpresa y claro, como no le puedes reprochar nada porque se pone como una furia, nos hemos tenido que callar.
Luego, clase de historia; la profesora nos tiene manía y a la mínima que hablamos, nos pone montones de ejercicios para hacer y que encima los tenemos que corregir en los pocos minutos que nos queden, aunque eso casi nunca pasa.
Después, la supuesta hora que tenemos para descansar, bajar al patio y desairarnos, nos hemos tenido que quedar en clase ya que llovía, aunque no ha estado mal del todo porque mi compañero de pupitre, Erik, es mi amor platónico desde hace un par de años, vamos que estoy coladita y he aprovechado para hablar con él y pasármelo en grande. El único pero es que tiene novia, y es una persona repelente comparado con lo mono, simpático, inteligente y gracioso que es Erik.
A la hora de inglés, la estúpida de la profesora por poco no me pone una falta solo por defender a un amigo y protestar, cosa rarísima en mí. No me ha puesto una falta, pero me ha castigado a quedarme con ella hasta las tres y media. Las clases siguientes no es que hayan sido muy malas, aunque tenía tal mosqueo que todo me parecía mal.
Hacía escasos segundos que había sobrepasado el umbral de mi instituto cuando abro el paraguas, enciendo el móvil, me pongo los cascos y empieza a sonar Blanco y negro de Malú. Y bailando al son de la música y con paraguas en mano, voy hacia mi casa.
Empieza a llover más fuerte y el aire empieza a soplar con más velocidad, haciendo que se dibujara pequeñas gotitas en mi chaqueta. Me apeo al borde de la acera, esperando a que pasaran los coches para cruzar la calle cuando pasa uno sin que me diera tiempo a apartarme y me chopa entera.
-¡Pero serás…! ¡¿No sabes controlar la velocidad?!
-Te ha dejado hecha una sopa, ¿verdad?-esa voz… Esas risas sofocadas… No había duda-¡Aquí arriba, “compi”!
Levanté la vista y allí estaba él, desafiante, fumándose un cigarro, asomándose por la ventana, con su camiseta negra de “Los Ronaldos” ajustada que dejaba a la imaginación esos músculos perfectos y esa sonrisa pícara que me volvía loca.
-Te parecerá bonito reírte de alguien indefenso desde ahí arriba, no?
-Jajaja. Anda, sube y ponte ropa seca de mi hermana.

domingo, 26 de junio de 2011

CARTA DE PRESENTACIÓN.

Hola bloggeros! En primer lugar, quisiera presentarme. Soy una joven de Castellón, a la que le gustan los retos y tiene mucha imaginación.
Desde hace tiempo lleva rondandome una historia por mi cabeza y, poco a poco, la voy plasmando como puedo.
En ningún momento he empezado a escribir pensando en ser una nueva Laura Gallego ni ningún Federico Moccia, solo escribo por escribir, y porque me gusta de verdad y me gustaría que le gustara a la gente.
Si alguna vez, por alguna extraña razón, alguien comentara este pequeño blog, pòr favor, absteneros de hacer malos comentarios, cosa que no quiere decir que no quiera que me dejeis vuestra opinión, sea mala o buena, sino que no insulteis, blasfemeis y esas cosas que se suelen hacer...
Por cierto, aun no he puesto nombre a mi historia, porque creo que el titulo de una buena obra a de hacerse al acabar de escribirla, ya que es como un pequeño "tema" de la historia.
Que no os extrañe que aparezcan videos o noticias por ahi que no tengan nada que ver con el blog; lo siento, este es mi sitio para expresarme.
Dicho esto, paz, y sed felices :)