sábado, 26 de noviembre de 2011

CAPÍTULO QUINCE.



¡Hola bloggeros!
Este capítulo me gustaría dedicárselo a unas personas muy especiales.A mi cacereña,  que en poquísimo tiempo se ha convertido en una persona indispensable para mí y me ha demostrado que la distancia no existe si no quieres que exista. ¡Gracias Ari!
También a todas y cada una de mis amigas que me están apoyando en todo esto y no dudan nada en prestarme su ayuda. Gracias, de corazón. ¡Os quiero muchísimo!


Ya había pasado una semana desde la última vez que había visto Diego, con lo cual quiere decir que falta solo un día para volverlo a ver, en la fiesta que le tenía preparada su prima Érica a forma de bienvenida, cosa que aún me ponía más nerviosa, así que no lo quería pensar.
Ésta semana no había pasado nada interesante: Érica estaba enfrascada con los preparativos de la fiesta, invitando a la gente y demás; Erik me evitaba a toda costa, y para colmo, a Diego hacía demasiado tiempo que no le veía, pues tuvo que ir a visitar a un familiar que estaba enfermo.
Estaba deseando que llegase el día de mañana para estar junto a él. Sé que suena muy ñoño o cursi, como se suele decir, pero con ese chico me había dado bien fuerte.
-¿Otra vez soñando despierta, Señorita Inés?-me dijo la Profesora Pérez.
-Lo siento mucho, Profesora Pérez-dije, avergonzada.
-Muy bien, pues como iba diciendo antes que la señorita me interrumpiera, en 1885…
Oh, olvidé mencionar que estaba “enfrascada” en una “interesantísima” clase de Historia, ¿verdad? Pscht, que mal por mi parte no haberlo dicho-nótese la ironía-. Sinceramente, sentía como si no estuviera allí.
Creo que la Profesora Pérez –cómo nos exigía que la llamásemos, pues hay que tener un mínimo de respeto hacia tus mayores, como siempre dice ella- me tiene “manía” desde aquella vez que la llamé Ratoncito Pérez en clase. Sé que suena absurdo, infantil y ridículo, pero es lo que tiene tener una hermana pequeña a la que le encanta el mundo de la fantasía. Además, le pedí perdón en su día, pero parece guardarme rencor aún. Yo ya no puedo hacer más.
Alguien llamó a la puerta. Se trataba del director, asomando su cabeza por el resquicio de la puerta, quien llamaba a mi profesora para que le comentara una cosa.
Se armó un gran revuelo cuando la profesora salió de clase: parecía que éramos el doble de personas allí dentro.
-¿Otra vez en tus mundos de ensueño, Inesita?-me dijo una voz maliciosa que no pude reconocer, así que inspeccioné la clase en busca de su dueño.
Al final apareció una cabeza violeta –tanto que parecía un cartel luminoso gritando: HORTERA- unos pocos pupitres delante de mí. Sí, no podía ser otra, pensé.
Era María, que me miraba con cara arrogante y prepotente, seguida de su ejercito de “seguidoras”, quienes repetían todo lo que hacía y reían sus gracias solo por el mero hecho de que ella se riese, aunque éstas no supieran de que estaban hablando.
No quería enzarzarme en una lucha absurda ni tampoco dejarlo pasar, estaba harta de hacer como si no pasara nada, así que fui simple, clara y tajante:
-Sí, amo mis mundos de ensueños como tú dices, ya que tu carita de mona no aparece en ellos para intentar, y digo INTENTAR, hacerme la vida difícil.
Cuando acabé mi pequeño discurso me di cuenta de que toda la clase, hace unos momentos estaba revolucionada, se había girado para mirarme, expectantes por lo que pudiera ocurrir. Noté como se me subía el color a mis mejillas y sentía como inconscientemente me iba encojiendo en mi silla.
Al instante de haber hablado, María también se puso colorada, pero no precisamente de vergüenza.
-¡Escucha niñata!...-me dijo, levantándose de la silla, en una pose amenazadora.
En ese preciso instante entró la maestra por la puerta e hizo caso omiso de María. Llevaba detrás a una chica que no había visto en mi vida con una mochila pegada a la espalda.
-Bueno chicos. Esta es Ariadna Romero y va a ser vuestra nueva compañera en el momento. Ya sabéis que como persona, ha de estar integrada y no…-ahí mi profesora, como buena maestra de sociales, nos soltó el discurso que toda maestra de sociales intenta colar por todos los lados: el discurso de la aceptación. Con eso no quiero decir que no esté de acuerdo con eso, si no que con una vez, como mucho dos que nos explique sus argumentos, suficiente.
Mientras mi mente divagaba, me fijé en Ariadna. Era una chica muy mona. Más o menos de mi altura, con el pelo rubio con ciertas ondulaciones y ojos muy claros, pero no conseguía descifrar muy bien el color. Además, me gustaba la ropa que llevaba puesta. Vestía una camiseta roja que ponía: Just be yourself, unos pantalones vaqueros rasgados en ciertos puntos y unas converse rojas.
Inés, para ya-me dijo una voz dentro de mi cabeza-, que parece que le estés haciendo una fotografía a cuerpo entero.
-…Bueno Ariadna, te puedes sentar en ese pupitre que ves ahí, ¿de acuerdo?-dijo señalando al pupitre vacío que está a mi lado.
Ariadna pasó al lado de María, y ésta le miró de arriba de abajo, con una mueca de asco en la cara, pero la nueva no pareció darse cuenta.
-Hola Ariadna, me llamo Inés-le dije, cuando ya se había sentado en el pupitre.
¡Oh, por favor, llámame Ari, que Ariadna no me gusta!

Habían transcurrido diez minutos desde que Ari llegó y ahora habíamos bajado al recreo.
Estábamos mi amiga nueva, Érica y yo en el banco donde nos poníamos siempre nuestra pandilla mientras las presentaba y le contaba todo lo sucedido a Eri en clase.
Entonces, se nos acercó Óscar.
Óscar había sido siempre mi mejor amigo desde la infancia: siempre estábamos juntos, jugábamos juntos e incluso llegamos a dormir juntos una vez ya que nuestros padres siempre habían sido íntimos amigos. Además, él siempre ha sido un gran apoyo con los temas de Erik, María y Rebeca. Tiene unos ojos color miel preciosos, un físico tremendo y es un palmo más alto que yo. Sí, estoy muy orgullosa de mi Óscar.
-¿Cómo están las mujeres más bellas del lugar?-preguntó en tono socarrón dirigiéndose a Érica y a mí.
-Pues muy bien, con una nueva competencia en cuando a la belleza-contestó mi amiga-. Óscar, ésta es Ariadna. Ariadna, Óscar-prosiguió, presentándoles.
-Ari, por favor-rectificó esta-. Encantada.-Encantado yo también-contestó mi amigo-. Érica, tengo una mala noticia…
-Oh, no, no. Por tu bien, ¡qué no sea lo que estoy pensando!
-Pues sí, verás…
-¡No! ¡No lo quiero escuchar!-prosiguió, cabezona, tapándose las orejas con las manos.
Entonces, Óscar forcejeó un poco con ellas hasta que consiguió que Érica le escuchase.
-No voy a poder ir a tu fiesta de mañana.
-Pero, ¿por qué no?-contestó, dejando caer los brazos, abatida.
-Tengo que hacer de niñero con mi hermano, pero si quieres puedo ir antes y ayudarte con los preparativos.
-Eso suena genial-contestó, alicaída.
-Está bien, entonces me paso mañana antes de la fiesta. ¡Adiós chicas!
-¡Adiós!-contestamos las tres.
-Qué majo el amigo vuestro-comentó Ari.
-Ya…-contestó Érica triste, pues aunque ella no supiera que yo lo sé, sé perfectamente que mi amiga está coladísima por Óscar desde hace bastante tiempo, se le nota en la forma en que le mira. Además, la conozco desde siempre, y esas cosas las noto.
» Oye Ari, ¿mañana por la tarde tienes algo que hacer?-preguntó, entusiasmada otra vez por ver asistir a alguien más a su fiesta.
-Pues la verdad… Esque mañana me voy de comida con mi familia, ¿por qué lo dices?
-Oh, vaya. Esque mañana doy una fiesta en honor a Diego, mi primo, que se ha mudado hace poco a la ciudad y era por si te querías venir-dijo, con la voz un poco más apagada.
-No te preocupes Eri, yo mañana asistiré, como en los eventos del Facebook.
Todas reimos al unísono.

El resto de la mañana pasó con pocos cambios. María y su tropa no dieron mucha guerra, después de clases me fui a entrenar en la pista de atletismo y quemé estrés. Al volver a mi casa, me sorprendí con un mensaje de texto en el móvil. Lo miré y comprobé que era de Diego. El corazón me dio un vuelco. ¿Cómo había conseguido mi número?
El mensaje decía así:
   Hola pequeña.
   Estoy de camino, en unas pocas horas volveré a verte, tengo
   muchísimas ganas de darte un abrazo.El corazón me dio otro vuelco y se aceleraba por momentos. Las manos me empezaron a sudar y se me dibujó una sonrisilla tonta.
En unas pocas horas volveré a verte.