miércoles, 4 de enero de 2012

CAPÍTULO DIECISÉIS.

-Érica, ¡te juro que no encuentro los zapatos!-dije yo. Era el día de la fiesta y había quedado unas horas antes en su casa para que me arreglara el pelo pues yo con eso era un desastre.
Estaba extremadamente nerviosa por volver a ver a Diego, tanto incluso que no encontraba los zapatos que tenía que ponerme.
Yo iba de un lado a otro de la casa, buscándolos por todos los lados mientras hablaba con mi amiga.
Entonces pasé por la habitación de mi hermana y vi que estaba haciendo posturitas delante del espejo con el vestido más bonito de mi madre y a un palmo del suelo.
-Érica, luego hablamos, que creo que los he encontrado-contesté a mi amiga.
Entré sigilosamente a la habitación de mi hermana y me paré a unos pocos centímetros detrás de ella.
-¿Qué haces Rebeca?-le pregunté.
Ella se sobresaltó y dio un brinco.
-Jo, ¡me has asustado!-contestó, poniendo carita de corderito degollado.
-Ese vestido te viene un poco grande, ¿no? ¿Es de mamá?
Ella se miró, de arriba abajo y luego, confesó:
-Sí-murmuró su carita angelical.
-¿Y esos zapatos que llevas puestos?
-Son tuyos teta… ¿Me perdonas?
Yo vacilé. Ésta niña cada ves que hacía una trastada me tocaba el corazoncito,.
Tenía unas ganas tremendas de ir a la fiesta, pero por otro lado me entristecía no pasar tiempo con mi hermana. Ojala todo fuera más sencillo.
-¡Pues claro que te perdono princesa! Es más, ¿como me voy a enfadar con la niña más guapa del mundo?-le dije, haciéndole cosquillas.
-¡Teta, me haces cosquillas!-me dijo risueña-. Esque yo quería ir contigo a la fiesta de mayores-prosiguió, alicaída.
Touché.
-Y yo quiero que vengas cariño, pero esa fiesta es para la gente mayor. Además, seguro que te aburrirías mucho.
-Pero, ¿vendrás a contarme un cuento antes de acostarme?
A eso no le pude decir que no. Es más, se me encogió el corazón de una forma que jamás se me habría encogido. A cualquiera que hubiese mirado Rebeca con esos ojitos saltones, con su cabecita rapada y haciendo pucheritos se le habría encogido.
Cogí el vestido y mis zapatos y me encaminé a casa de mi amiga.
Pasada una hora, me encontraba en el baño de Érica. Ella me estaba contando todo lo que había hecho para preparar la fiesta y como Óscar le ayudó.
Al final no pude más y estallé:
-Oye, amiga, ¿cuándo me piensas decir que te gusta Óscar?-le solté.
-¿A quién? ¿A mí? ¡Pero qué chorradas dices! ¡Cómo si no me conocieras!
-Precisamente por qué te conozco lo sé. Además, te has puesto roja como un tomate.
-Esque hace mucho calor aquí dentro-Érica dudó en hablar y hubo un tenso silencio. Bueno, realmente se oía el ruido del secador y la laca, así que no era un silencio del todo.
Entonces le quité el secador de las manos y me quedé mirándola a los ojos, esperando una respuesta.
-Está bien, me has pillado-murmuró.
-¿Has visto como no era para tanto?-le respondí, sonriente, devolviéndole el aparato-¿Cuándo se lo piensas decir?
-¡Para el carro, vaquera!-me soltó Érica-. Una cosa es que me guste y otra bien distinta es que se lo piense decir.
-¿Y por qué no?
-Porque… Sé que él no siente lo mismo por mi…-respondió entre susurros y cabizbaja.
-Puede que sí o puede que no, pero hasta que no se lo digas no sabrás lo que piensa, ¿no crees?
Hubo otro silencio. Érica se iba poniendo roja por momentos: nunca había visto su tez morena tan colorada.
-Tienes razón-consiguió decir.
-Entonces, ¿se lo dirás?-dije con voz entusiasmada.
-Cuándo tenga el valor necesario, sí.
Reprimí mis ganas de ponerme a saltar como una tonta por la emoción y le respondí con una sonrisa:
-Me alegro mucho, Eri. Ya verás como él siente lo mismo.
-Anda, no digas tonterías y vamos a vestirnos. Tu pelo ya está perfecto y el maquillaje también.
Al salir del aseo me encaminé a su vestidor, pero antes de que pudiera abrirlo Érica se interpuso en mi camino. Yo estaba ansiosa pues uno de los tantos secretos de esa noche para mí era el vestido que luciría mi amiga.
-¿Estás preparada?-preguntó, juguetona.
-¡Sí Eri, estoy ansiosa por ver tu vestido!
-Está bien, pues cierra los ojos y te lo enseño.
-A veces creo que disfrutas haciéndome sufrir-dije yo, tras una breve risa.
-¿Están cerrados?-preguntó, haciendo caso omiso de mi comentario.
-Sí-dije en voz cansina, obedeciéndola.
Cuando mi amiga se aseguró de que no veía nada, abrió la puerta del vestidor y sacó algo de él. Un ruido de despasar una cremallera grande. Otro del roce de dos telas. Acto seguido, Érica se estaba poniendo el vestido. Otra cremallera, esta vez más pequeña. Ahora unos pies descalzos que pasaban junto a mí hacia el otro lado de la habitación. Después, un… No, dos sonidos en el suelo, como si hubiesen dejado caer dos objetos al suelo del parqué.
-Estoy lista-dijo una voz saltarina tras de mí.
Entonces abrí los ojos y lentamente me giré para ver a mi amiga.
-¿Te gusta?-preguntó.
Estaba preciosa.
Llevaba un vestido con un solo tirante en la parte izquierda. Ceñido hasta la altura de la cintura y, a partir de ahí el vestido le caía en pequeños volantes hasta las rodillas. Era de un color lapislázuli intenso precioso.
-Me encanta-conseguí decir, al fin.
-Bah, no es para tanto. ¡Ahora te toca a ti!
Fui obediente y hice caso a mi amiga.
Me encaminé hacia la percha donde estaba mi vestido. En comparación con el de mi amiga era demasiado mediocre, sobresaltaba pero por lo bajo, pensé.
Era de un color crema claro, holgado y con palabra de honor. Me llegaba dos dedos por encima de la rodilla y llevaba una cinta esmeralda gruesa atada en la cintura y acabada en un lazo. Tenía unos zapatos a juego del mismo color al de la cinta y dejaba los dos primeros dedos del pie al descubierto; también tenía una cinta que iba de la parte más alta del zapato (producida por el tacón que tenía) a la parte inferior, donde se enredaban unas tiras de un verde más tenue al de la cinta.
-Estás increíble-dijo Érica, emocionada-. No, no me mires así, con esos ojitos porque no te voy a dar tiempo a replicar-prosiguió mi amiga, sin dejarme reprochar que ella estaba mucho más radiante que yo, pero Érica es tozuda como una mula, y también me conoce demasiado-, así que retócate el maquillaje mientras yo bajo las escaleras: los invitados deben de estar a punto de llegar.
Y, repentinamente, como si todo estuviera preparado, suena el din-don de la puerta principal y a mi amiga se le ilumina la cara con una sonrisa.
-Et voilà! Date prisa Inés, necesitaré tu ayuda.
Después de decir eso se dio la vuelta y empezó a andar saltarina.
Yo estaba de los nervios. No podía parar de pensar que hubiese sido Diego quien ha llamado la puerta. Me temblaban demasiado las manos para poder maquillarme, pero si Érica me ve así no me dejaría bajar a la fiesta hasta que no estuviera perfecta, así que respiré hondo, hice caso omiso de los tembleques en mis manos y empecé a ponerme potingues en la cara.
El timbre no paraba de sonar, alguien puso el equipo de música a funcionar y se oían voces que charlaban unas con otras, pero allí no estaba la de Diego. Mis nervios se disiparon un poco al no oírle y empecé a bajar las escaleras que comunicaban el segundo piso con el primero.
Estaba en el último tramo de escaleras, el que se encuentra enfrente de la puerta principal, cuando Érica estaba abriendo la puerta, permitiendo pasar a otra persona que se encontraba fuera.
El corazón me dio un vuelco cuando por el resquicio de la puerta se asomó él, radiante y perfecto, vestido de esmoquin y con una sonrisa radiante, de oreja a oreja. Se me hacía extraño verlo vestido de etiqueta, pero el requisito indispensable que había puesto Érica para poder entrar aquel día en su casa era ese.
Entonces, inmediatamente mis piernas empezaron a bajar despacio-pues temía que con los tacones me cayera y yo fuera el tema principal de conversación de la fiesta, así que empecé a bajar las últimas escaleras, sin que mi cerebro lo ordenara. Fue un acto reflejo.
Érica se abalanzó sobre Diego, fundiéndose en un increíble abrazo, que incluso me hubiese puesto celosa de no haber sabido que eran familia.
-¡Diego, has venido! Pensé que no llegarías a tiempo.
-Si no hubiera llegado a tiempo éste hubiera sido mi último día en la tierra-contestó su primo.
-Tienes razón, si no hubieras llegado a tiempo te hubiera matado-dijo Eri, malinterpretando sus palabras, pues iban entorno a otra persona.
Entonces, Diego me vio descender las escaleras y su prima debió notarlo, pues se despidió y se fue hasta el otro extremo de la sala, poniendo alguna excusa de por medio.
Yo me puse roja como un tomate al detectar su mirada sobre mí. Entonces me dio igual la gente que había alrededor mirándonos y esos casi diez centímetros que separaban mi talón con el suelo, pues me puse a correr para, de un salto, caer en sus brazos.
Pensé que no había sitio más gratificante en todo el mundo que ese sitio en donde yo estaba, pues me sentía mejor que si estuviera en mi casa.
Estaba realmente emocionada y gracias a eso se me escapó una lagrimilla de pura felicidad y al intentar quitármela de mi mejilla ya era demasiado tarde, Diego se había dado cuenta y me la quitó de una caricia.
-¿Por qué lloras, pequeña? ¿Tan feo soy?
-No seas tonto-le dije, esbozando una sonrisa-. Esque… te he echado mucho de menos.
-Te puedo asegurar que yo más-me contestó mientras me acariciaba me mejilla, acercaba mis labios a los suyos y me besaba.
Entonces pensé que no podía sentirme más feliz nunca. Lo olvidé todo: olvidé la enfermedad de mi hermana, olvidé a Erik y a Érica y solo podía pensar en Diego. Diego y su sonrisa. Diego y su forma de mirarme. Diego y sus historias. Diego y sus labios. Diego y sus bromas. Diego y su forma de quererme.
Tras ese último pensamiento no pude disimular ese cosquilleo en el vientre que por más que quería ignorar no lograba hacerlo. Las llamadas “mariposas” no paraban de vitorearme y de augmentar su alegría mientras éste me besaba.
Si era un sueño, no quería que me despertaran jamás.
De repente oí entre el tumulto de voces pertenecientes a los invitados de la fiesta como llamaban a Diego, como si estuvieran buscándolo, así que no tuve otro remedio que dejarle marchar.
-No te preocupes pequeña, volveré pronto-me dijo, tras una caricia y un nuevo beso en los labios, pero éste fue más breve.
En esos momentos me sentía como si me acabaran de sacar de una nube y como si la gravedad de la Tierra no influyera sobre mí.
Me di la vuelta para ver si algún curioso había estado presenciando la escena. Para mi suerte todo seguía normal, o eso pensaba.
Me puse a buscar a Érica para contarle lo ocurrido, estaba segura de que le iba a gustar, pero antes de que pudiera encontrarla alguien se interpuso en mi camino.
Por su esbelta figura pude deducir que era un chico aquel que se había puesto en frente mía. Era bastante alto e iba muy bien vestido. No me quedó ninguna duda de quien se trataba cuando vi esos ojos pardos mirándome duramente a la cara y ese mechón rubio que le caía en la frente.
-¿Por qué?-me preguntó, con una voz fría como un témpano.
-¿Por qué, qué?-le respondí yo, sorprendida.
Pareció que le dolieran mis palabras. Vaciló, pero acto seguido me dijo «Ven» y antes de que me diese tiempo a responderle me había cogido de la mano y me llevaba hacia el jardín de su casa.
Entonces vi a Eri, ella también me vio a mí y a su hermano, pero prefirió no intervenir.
Al llegar al exterior, Erik me soltó la mano bruscamente y se quedó delante de mí, de espaldas.
Yo no sabía porqué se había puesto así y me entristecía verlo de esa manera. Él siempre había formado un papel imprescindible en mi vida. Siempre había sido mi amigo, más o menos en la distancia, pero siempre habíamos tenido tiempo el uno para el otro, ya fueran simples palabras de cortesía o grandes risas en clase. Y él lo sabía.
Pero todo pareció cambiar cuando llegó Diego. Me hacía transportarme a otro mundo dónde solo podíamos estar los dos y me aislaba de todo y todos con solo su presencia.
Hubo un tenso y largo silencio donde el dolor de Erik era tangible a través de su repentino mutismo. De pronto, él se giró bruscamente y me miró. Tenía los ojos anegados en lágrimas y su mirada era muy difícil de clasificar.
-¿Eres feliz?-murmuró en una voz abrupta.
-¿Qué si soy feliz?-contesté, dejando ver el miedo que me daba su semblante. Nunca le había visto de esa manera.
-Sí, si eres feliz, con mi primo. ¿Lo eres?-prosiguió en un hilo de voz, con un tono que parecía que iba a echar a llorar de un momento a otro,
Yo no pude contestar, así que me acerqué a él para intentar tranquilizarlo, pero no me dejó.
-No, Inés, no te acerques. Has dejado bien claras tus preferencias-me contestó. Seguidamente se dio la vuelta y fue camino hacia la puerta trasera de la casa, la del jardín, y perdí su rastro en la penumbra.
Entonces, me di cuenta de que los ojos me pesaban y no pude evitar que mis lágrimas empezasen a derramarse sin control, una detrás de otra.
No se me quitaba de la cabeza la última imagen que había cogido mi cerebro de Erik, tembloroso cogiendo una vía de escape lejos de mí.
Entonces pensé en Eri y todo el trabajo que había hecho con mi cara y cómo lo estaba dejando perder con mis lágrimas, así que me dirigí al aseo cabizbaja y evitando cualquier mirada a toda costa, pues aún no había dejado de llorar.
Entré y cerré la puerta rápidamente, sin tan siquiera fijarme por si había alguien dentro.
«Has tenido suerte, Inés. Estás sola» pensé.
Me acerqué al espejo para ver mi estropicio. Pensé que sería peor.
Era de esperar que tuviera un reguero de rimel negro que bajaba desde la parte inferior del ojo hasta la barbilla. Parecía sacada de un cuento de Hallowe’en.
Entonces oí que la puerta del aseo se abría y cerraba tras de mí.
Descubrí a una Érica con una copita de más entrando por el aseo. Entonces, al ver mi cara se asustó unos instantes y se dispuso a hacer lo que yo debería haber hecho al entrar, pasar el pestillo.
-¿Qué ha pasado?-preguntó, asustada.
Yo, resignada, le conté la historia tras alguna lágrima y, al acabar, no sabía si por compañerismo, por fruto del alcohol o por ambas cosas, mi mejor amiga también se echó a llorar.

sábado, 26 de noviembre de 2011

CAPÍTULO QUINCE.



¡Hola bloggeros!
Este capítulo me gustaría dedicárselo a unas personas muy especiales.A mi cacereña,  que en poquísimo tiempo se ha convertido en una persona indispensable para mí y me ha demostrado que la distancia no existe si no quieres que exista. ¡Gracias Ari!
También a todas y cada una de mis amigas que me están apoyando en todo esto y no dudan nada en prestarme su ayuda. Gracias, de corazón. ¡Os quiero muchísimo!


Ya había pasado una semana desde la última vez que había visto Diego, con lo cual quiere decir que falta solo un día para volverlo a ver, en la fiesta que le tenía preparada su prima Érica a forma de bienvenida, cosa que aún me ponía más nerviosa, así que no lo quería pensar.
Ésta semana no había pasado nada interesante: Érica estaba enfrascada con los preparativos de la fiesta, invitando a la gente y demás; Erik me evitaba a toda costa, y para colmo, a Diego hacía demasiado tiempo que no le veía, pues tuvo que ir a visitar a un familiar que estaba enfermo.
Estaba deseando que llegase el día de mañana para estar junto a él. Sé que suena muy ñoño o cursi, como se suele decir, pero con ese chico me había dado bien fuerte.
-¿Otra vez soñando despierta, Señorita Inés?-me dijo la Profesora Pérez.
-Lo siento mucho, Profesora Pérez-dije, avergonzada.
-Muy bien, pues como iba diciendo antes que la señorita me interrumpiera, en 1885…
Oh, olvidé mencionar que estaba “enfrascada” en una “interesantísima” clase de Historia, ¿verdad? Pscht, que mal por mi parte no haberlo dicho-nótese la ironía-. Sinceramente, sentía como si no estuviera allí.
Creo que la Profesora Pérez –cómo nos exigía que la llamásemos, pues hay que tener un mínimo de respeto hacia tus mayores, como siempre dice ella- me tiene “manía” desde aquella vez que la llamé Ratoncito Pérez en clase. Sé que suena absurdo, infantil y ridículo, pero es lo que tiene tener una hermana pequeña a la que le encanta el mundo de la fantasía. Además, le pedí perdón en su día, pero parece guardarme rencor aún. Yo ya no puedo hacer más.
Alguien llamó a la puerta. Se trataba del director, asomando su cabeza por el resquicio de la puerta, quien llamaba a mi profesora para que le comentara una cosa.
Se armó un gran revuelo cuando la profesora salió de clase: parecía que éramos el doble de personas allí dentro.
-¿Otra vez en tus mundos de ensueño, Inesita?-me dijo una voz maliciosa que no pude reconocer, así que inspeccioné la clase en busca de su dueño.
Al final apareció una cabeza violeta –tanto que parecía un cartel luminoso gritando: HORTERA- unos pocos pupitres delante de mí. Sí, no podía ser otra, pensé.
Era María, que me miraba con cara arrogante y prepotente, seguida de su ejercito de “seguidoras”, quienes repetían todo lo que hacía y reían sus gracias solo por el mero hecho de que ella se riese, aunque éstas no supieran de que estaban hablando.
No quería enzarzarme en una lucha absurda ni tampoco dejarlo pasar, estaba harta de hacer como si no pasara nada, así que fui simple, clara y tajante:
-Sí, amo mis mundos de ensueños como tú dices, ya que tu carita de mona no aparece en ellos para intentar, y digo INTENTAR, hacerme la vida difícil.
Cuando acabé mi pequeño discurso me di cuenta de que toda la clase, hace unos momentos estaba revolucionada, se había girado para mirarme, expectantes por lo que pudiera ocurrir. Noté como se me subía el color a mis mejillas y sentía como inconscientemente me iba encojiendo en mi silla.
Al instante de haber hablado, María también se puso colorada, pero no precisamente de vergüenza.
-¡Escucha niñata!...-me dijo, levantándose de la silla, en una pose amenazadora.
En ese preciso instante entró la maestra por la puerta e hizo caso omiso de María. Llevaba detrás a una chica que no había visto en mi vida con una mochila pegada a la espalda.
-Bueno chicos. Esta es Ariadna Romero y va a ser vuestra nueva compañera en el momento. Ya sabéis que como persona, ha de estar integrada y no…-ahí mi profesora, como buena maestra de sociales, nos soltó el discurso que toda maestra de sociales intenta colar por todos los lados: el discurso de la aceptación. Con eso no quiero decir que no esté de acuerdo con eso, si no que con una vez, como mucho dos que nos explique sus argumentos, suficiente.
Mientras mi mente divagaba, me fijé en Ariadna. Era una chica muy mona. Más o menos de mi altura, con el pelo rubio con ciertas ondulaciones y ojos muy claros, pero no conseguía descifrar muy bien el color. Además, me gustaba la ropa que llevaba puesta. Vestía una camiseta roja que ponía: Just be yourself, unos pantalones vaqueros rasgados en ciertos puntos y unas converse rojas.
Inés, para ya-me dijo una voz dentro de mi cabeza-, que parece que le estés haciendo una fotografía a cuerpo entero.
-…Bueno Ariadna, te puedes sentar en ese pupitre que ves ahí, ¿de acuerdo?-dijo señalando al pupitre vacío que está a mi lado.
Ariadna pasó al lado de María, y ésta le miró de arriba de abajo, con una mueca de asco en la cara, pero la nueva no pareció darse cuenta.
-Hola Ariadna, me llamo Inés-le dije, cuando ya se había sentado en el pupitre.
¡Oh, por favor, llámame Ari, que Ariadna no me gusta!

Habían transcurrido diez minutos desde que Ari llegó y ahora habíamos bajado al recreo.
Estábamos mi amiga nueva, Érica y yo en el banco donde nos poníamos siempre nuestra pandilla mientras las presentaba y le contaba todo lo sucedido a Eri en clase.
Entonces, se nos acercó Óscar.
Óscar había sido siempre mi mejor amigo desde la infancia: siempre estábamos juntos, jugábamos juntos e incluso llegamos a dormir juntos una vez ya que nuestros padres siempre habían sido íntimos amigos. Además, él siempre ha sido un gran apoyo con los temas de Erik, María y Rebeca. Tiene unos ojos color miel preciosos, un físico tremendo y es un palmo más alto que yo. Sí, estoy muy orgullosa de mi Óscar.
-¿Cómo están las mujeres más bellas del lugar?-preguntó en tono socarrón dirigiéndose a Érica y a mí.
-Pues muy bien, con una nueva competencia en cuando a la belleza-contestó mi amiga-. Óscar, ésta es Ariadna. Ariadna, Óscar-prosiguió, presentándoles.
-Ari, por favor-rectificó esta-. Encantada.-Encantado yo también-contestó mi amigo-. Érica, tengo una mala noticia…
-Oh, no, no. Por tu bien, ¡qué no sea lo que estoy pensando!
-Pues sí, verás…
-¡No! ¡No lo quiero escuchar!-prosiguió, cabezona, tapándose las orejas con las manos.
Entonces, Óscar forcejeó un poco con ellas hasta que consiguió que Érica le escuchase.
-No voy a poder ir a tu fiesta de mañana.
-Pero, ¿por qué no?-contestó, dejando caer los brazos, abatida.
-Tengo que hacer de niñero con mi hermano, pero si quieres puedo ir antes y ayudarte con los preparativos.
-Eso suena genial-contestó, alicaída.
-Está bien, entonces me paso mañana antes de la fiesta. ¡Adiós chicas!
-¡Adiós!-contestamos las tres.
-Qué majo el amigo vuestro-comentó Ari.
-Ya…-contestó Érica triste, pues aunque ella no supiera que yo lo sé, sé perfectamente que mi amiga está coladísima por Óscar desde hace bastante tiempo, se le nota en la forma en que le mira. Además, la conozco desde siempre, y esas cosas las noto.
» Oye Ari, ¿mañana por la tarde tienes algo que hacer?-preguntó, entusiasmada otra vez por ver asistir a alguien más a su fiesta.
-Pues la verdad… Esque mañana me voy de comida con mi familia, ¿por qué lo dices?
-Oh, vaya. Esque mañana doy una fiesta en honor a Diego, mi primo, que se ha mudado hace poco a la ciudad y era por si te querías venir-dijo, con la voz un poco más apagada.
-No te preocupes Eri, yo mañana asistiré, como en los eventos del Facebook.
Todas reimos al unísono.

El resto de la mañana pasó con pocos cambios. María y su tropa no dieron mucha guerra, después de clases me fui a entrenar en la pista de atletismo y quemé estrés. Al volver a mi casa, me sorprendí con un mensaje de texto en el móvil. Lo miré y comprobé que era de Diego. El corazón me dio un vuelco. ¿Cómo había conseguido mi número?
El mensaje decía así:
   Hola pequeña.
   Estoy de camino, en unas pocas horas volveré a verte, tengo
   muchísimas ganas de darte un abrazo.El corazón me dio otro vuelco y se aceleraba por momentos. Las manos me empezaron a sudar y se me dibujó una sonrisilla tonta.
En unas pocas horas volveré a verte.

domingo, 23 de octubre de 2011

CAPÍTULO CATORCE.


-¿Entonces no me vas a decir dónde vamos?
-No, ya te lo he dicho, es una sorpresa, ¿recuerdas?
No pude ocultar mi cara de resignación.
Yo era extremadamente curiosa. No sé si él lo sabía o no, pero estaba empezando a pensar en que lo hacía para fastidiarme, pero solo un poco.
Decidí no pensar más en nada, porque cada minuto que pasaba cerca suya sin poderlo tocar me ponía enferma; así que empecé a divagar y empecé a observar el paisaje.
Podía ver grandes campos llenos de plantaciones de flores, valladas. Una casita muy mona cerca de allí, un adosado, pequeño y decorado con una variedad de flores cercanas. La casa debía de ser de los propietarios de las tierras.
Luego me fijé en los grandes pinedos, altos, imponentes y desafiantes. Como sus hojas se ondulaban a causa de la ligera brisa casi veraniega que soplaba. Si te fijabas bien podías incluso divisar pequeños ruscos, alguna ardilla juguetona en busca de una bellota y algún que otro nido de pájaros. Aquellos que poblaban los cielos y nos alegraban con su cantar.
-¿En que piensas, Inés?-me dijo, sacándome de mis ensoñaciones.
-Pienso… En que me gustaría ser libre y volar como a los pajarillos de ahí arriba y olvidarme de todo-le contesté yo, con total sinceridad.
-Mmm... Tomo nota-me dijo él, pensativo. Cuando me hablaba así, me daba miedo-. ¿Te importa si fumo aquí dentro?-preguntó, sacando un cigarro de su cajetilla.
-¿A mi? Al que debería preocuparte es a ti.
-¿Por qué lo dices?-preguntó, confuso.
-Por que eres tú el que te vas a perder cosas maravillosas solo con estar enganchado a un vicio que a la larga va a acabar matándote.
Entonces se quedó pensativo, mirando la carretera. Tenía el ceño fruncido, y no sé si era porque le pegaba el sol de cara o porque realmente le había hecho pensar.
Entonces, se relajó.
-Tienes toda la razón del mundo, Inés-dijo, apartándose el cigarrillo de la boca.
Un instante después pegó un frenazo brusco.
-Vale que tenga razón, ¿pero por eso tienes que dar ese frenazo?-dije yo, alterada.
Él se rió, muy fuerte.
-No, no es por eso, lo siento si te he asustado. Quédate dentro-me dijo, mientras abría la puerta del coche.
Él lo rodeó hasta situarse delante de mi puerta. La abrió y me tendió su mano.
-Señorita-dijo, esbozando una leve sonrisa.
Yo no pude hacer otra cosa que devolvérsela. Situé mi mano sobre la suya, no sin antes tener un leve escalofrío, y me ayudó a bajar del coche.
Entonces, me colocó un pañuelo en los ojos, así que yo no podía ver nada.
-Pero…
-Sh…-me susurró él al oído-. Es una sorpresa, ¿recuerdas?
Yo sonreí. Él me cogió la mano, y yo no hice otra cosa que seguirle.
No caminamos a penas nada. Oí como abría una puerta con llave. Chirrió la puerta, parecía una grande y vieja, muy vieja.
-Cuidado, escalón-me avisó Diego.
Parecía que habíamos entrado en un especie de patio de una casa de campo, pues hasta ahora el suelo que pisábamos era tierra, y ahora parecían baldosas.
Está bien, ya casi hemos llegado. Un pasito a la izquierda… Así, perfecta. ¿Estás lista?
-Estoy lista-dije yo, divertida.
Diego me quitó la venda de los ojos, y pude ver donde estábamos, aunque no tenia ni idea de dónde era, solo sé que no iba desencaminada diciendo que habíamos entrado en una casa y también sabía que era preciosa.
Estábamos en un patio, sobre un sendero de baldosas de piedra y se alzaba ante nosotros una casa grande, imponente.
-¿Dónde estamos, Diego?-conseguí susurrar, cohibida.
-Estamos en la casa donde me crié-me dijo, en un tono amargo.
-¿Aquí vivías tú?-sonaba estúpido preguntarlo cuando me lo acababa de decir, pero esa casa era enorme, como la casa de un marqués o alguien perteneciente a la nobleza.
-Sí-me dijo, esbozando una sonrisa amarga-. Ven-dijo, cogiéndome la mano.
Empezó a correr hacia un lado opuesto de la casa hasta que llegamos a una especie de caseta de plástico enorme.
-¿Qué es esto?-pregunté, curiosa.
-Es un invernadero especial, ven, vamos a entrar-dijo, sonriente, aún cogido de mi mano.
Cuando entramos me quedé sorprendida. Si desde fuera parecía enorme, desde dentro aún lo era más. Estaba lleno de flores de todos los tamaños y colores por todas partes, pero lo que más te llamaba la atención era un árbol que había al final del pasillo que formaba el invernadero.
Era un roble –lo sabía porque mi abuelo era muy aficionado a todo vegetal, y al final, algo se te pega- enorme, y parecía como si te atrajese hacia si.
Yo me solté de la mano de Diego y fui hacia él, como hipnotizada. El roble estaba fuera del invernadero, y a medida que te ibas acercando a él ibas observando una peculiaridad: tenía algo colgado de sus ramas. Parecían como unas tarjetas pequeñas. Me recordó al árbol de Navidad que ponía mi madre todos los años con la ayuda de mi hermana.
Me quedé observando el árbol cuando noté que alguien me cogía de la cintura y me abrazaba. Me había olvidado completamente de él.
-Precioso, ¿verdad?-murmuró- Este árbol era un pequeño secreto de mi madre y mío. ¿Quieres que te cuente la historia?
-Por favor.
-Entonces será mejor que te sientes, esto va para largo.
Yo obedecí y no tardé ni un segundo en sentarme. Había algo en la expresión de Diego que no me gustaba nada.
-Hace un tiempo, en esta casa vivíamos mi padre, mi madre y yo. A mi madre le encantaba pasar tiempo aquí, con sus plantas. Sus segundos hijos, decía ella. Un día me propuso un juego. Me propuso que cada mes que pasara, vendríamos ella y yo a este mismo lugar y colgar nuestros deseos en este árbol. Es un árbol mágico, Diego, me decía ella. Si le escribes cuáles son tus deseos, se los cuelgas en una de sus ramas y los deseas muy fuerte, al final se cumplirán.
» Un año después, un año exacto, mi madre murió en un accidente de coche, pero yo nunca he dejado de venir. He venido todas las semanas a cuidarle las plantas a mi madre, y cada mes venia y colgaba un deseo al árbol, solo.
Se me escaparon unas lágrimas. Lo sentía mucho, sentía que su madre hubiera muerto y que hubiera estado solo tanto tiempo, así que le abracé, muy fuerte.
-Oh vamos pequeña, no llores, por favor. Que hoy no es un día de lamentaciones. Hoy hace un mes, vine a colgar mi deseo, y ahora toca colgar otro.
Él se separó de mí, y me besó suavemente en la frente.
-Ahora mismo vuelvo, ¿vale?
Yo asentí con la cabeza.
Al cabo de unos pocos minutos Diego volvió con dos cordeles, dos papeles y un bolígrafo en mano. Me tendió un papel y el boli un instante después de sentarse a mi lado.
-Ahora nos toca pedir otro deseo-me dijo, sonriente.
Aún no lo entendía. No entendía como le podía querer tanto. No entendía como podía ser tan perfecto.
Mientras yo pensaba mi deseo, él continuó su historia.
-Lo mejor de todo esto, si se le puede sacar algo bueno, es mi padre, Asier. Él quería con locura a mi madre, vivía para ella, y la verdad yo nunca había tenido mucha relación con él porque no es que le gustaran mucho los niños, pero es un hombre genial que me ha estado aguantando muchísimos años, y eso no tiene precio.
-Quieres mucho a tu padre, ¿verdad?
-Muchísimo, es un tipo genial.
-Yo ya tengo mi deseo.
-¿Enserio? A ver…
-¡No, no! ¡Que si cuentas los deseos, luego no se cumplen!-dije, divertida.
-Venga Inés… ¡Déjamelo ver solo un poco!-siguió, remolón.
-No, si es que no, es que no.
-¿Entonces no me lo dejas? Está bien, pero te vas a arrepentir de eso-me dijo.
Acto seguido se abalanzó sobre mi, y empezó a hacerme cosquillas morderme leve.
-Si te cuento mi secreto, tú deberás contarme el tuyo-murmuré.
Entonces, él se quitó de encima mía y se sentó a mi lado, ayudándome a incorporarme.
-¿Los colgamos?-me preguntó.Yo asentí con la cabeza y colgamos nuestros deseos en la rama del árbol más cercana a mí.
Luego, nos fuimos a casa, se hacía tarde.
Cuando entramos al coche, yo me quedé mirando ese árbol tan grande y majestuoso, pensando que podía desear Diego.
Poco tiempo después, me di cuenta de que nuestros deseos eran los mismos.

sábado, 1 de octubre de 2011

CAPÍTULO TRECE.

Entré a clase a tiempo por los pelos. Nos tocaba matemáticas y el profesor Ricardo siempre llegaba tarde. Tuve mucha suerte porque al sentarme en mi pupitre apareció él en clase.
Erik estaba muy tenso y callado, y eso me asustaba más que si me estuviera acribillando a preguntas.
El profesor Ricardo empezó la clase y todo transcurría con normalidad, con demasiada normalidad.
No pude resistirme en mirar a Erik un par de veces de soslayo, parecía ausente. Es verdad que estábamos en clase de matemáticas y eso era lo más normal del mundo, pero no parecía él.
Cuando el profesor al fin acabó de explicar-cierto era que no le presté mucha atención- le mandé una nota a mi compañero de pupitre preguntándole que le pasaba.
Él tardó en responderme, y eso aún hacía que me pusiera más nerviosa de lo que estaba.
-Estoy muy rallado-me contestó al fin.
-¿Por qué?-proseguí.
Tardó en responderme, otra vez. Parecía indeciso, aunque yo estaba casi segura de lo que me iba a decir, pero no quería pensar en ello.
-¿Por qué te fuiste ayer tan de repente de casa de mi primo?-Tenía cosas que hacer.
-Mientes.
-No, no miento, tenía que estudiar.
-Entonces, si tenías que estudiar, ¿qué hacías en casa de mi primo?
-¿A caso es esto un interrogatorio, Erik?
-Puede.
-Entonces no pienso contestarte-
dije, volviendo a mis tareas de matemáticas.
Estaba mosqueada, realmente mosqueada. Quien se cree que es, ¿mi padre? No tiene ningún derecho en preguntarme las cosas que me estaba preguntando ni protestar por con quien iba o dejaba de ir.
Hacía muchos años que estaba enamorada de él, Erik lo sabía y pasaba olímpicamente de mí. Ya era hora de que probara el sabor de su propia medicina.
Pasaron dos horas más y Erik me empezó a escribir.
-Lo siento Inés.
-Me alegro-
contesté, aún malhumorada.
-¿Estás enfadada?
-Sí.
-Lo siento de verdad, no debería de haberte dicho todo eso… Supongo que me sentí algo extraño de que estuvieras en casa de mi primo, con la luz apagada, él sin camiseta y tú con la suya.
-¿Estás insinuando algo?-
dije. Realmente me estaba sacando de mis casillas.
-No, no. Es solo que… Puede que estuviera un poco celoso.
-¿Celoso por qué?
Le miré, y estaba muy serio mirando el papel, con las mejillas encendidas y manos temblorosas.
-Celoso porque te quiero.Genial, y ahora me dice que me quiere. Después de todos estos años esperando a que me lo dijera y, ahora que creía por fin haber encontrado a alguien que sintiera eso mismo por mí y yo por él, va y me dice que me quiere.
Ahora él se merece que le de calabazas, decirle que es un idiota, que es demasiado tarde e irme con Diego. Pero si le dijera todo eso, me estaría mintiendo a mí misma, porque yo realmente sentía algo por él, son demasiados años queriéndole. Demasiados esperándole. Esperando su sonrisa. Esperando sus caricias, sus besos, sus abrazos, sus carantoñas. Me gustaría decirle que es demasiado tarde, que nuestro amor es imposible, que se busque a otra que le aguante sus tonterías de niño inmaduro, pero me siento incapaz de decírselo, porque yo a él también le quiero.
-¿Estás seguro de eso?
-Completamente.
-¿Entonces por qué ayer estabas medio borracho y fumado lamentando que te hubiera dejado María?
-Ayer no estaba “medio fumado y borracho” como dices tú. Estaba muy borracho y muy fumado, no sabía a ciencia cierta lo que decía. Yo estoy enamorado de ti desde hace ya mucho tiempo, pero no sabía como decírtelo ni como decírselo a ella.
Aún no se como, pero me lo creí.
-Entonces si no sabías lo que decías a lo mejor me dijiste que me querías por qué sí, sin hacerlo de verdad.Entonces sonó la campana, indicando que debíamos bajar al patio y todo el mundo se levantó de su pupitre, con prisas para dejar a un lado la clase y descansar.
Yo hice ademán de levantarme, pero Erik me cogió la muñeca, impidiéndomelo.
-No te lo crees, ¿verdad?-me dijo.
-No-dije yo, no muy convencida de lo que decía.
Entonces todo ocurrió muy rápido, demasiado. Él, aún sujetándome la mano, se acercó a mí y me beso.
Fue un beso breve, dulce, pasional y, sin duda alguna, con muchas ganas.
Entonces, se separó de mí, me miró a los ojos y me dijo:
-Sí Inés, te quiero y no sabes tú cuanto.
Hora del recreo. Hora de comida y cotilleo.
Y así fue. Nada más salí, todos mis “queridos” compañeros me acorralaron y preguntaron quien era ese que me había traído en coche hasta el instituto, si era mi novio, como se llamaba, si llevaba bóxers o slips… ¡Hasta me preguntaron su talla de calzoncillos! Sí sí, no bromeo, me preguntaron eso literalmente. De hecho, fue Marta.
Marta es de las típicas personas que van al instituto para pasar el día o porque sus padres la obligan. Ella no hace absolutamente nada durante las clases, solo agacha la cabeza y se duerme- hubo una vez que se pasó tres horas con el mismo libro en la mesa-. Eso sí, cuando hay algún tipo de jaleo parece como si le dieras al botón de reset, despertara de su sueño y se le desplegara una antena invisible-como las de las radios antiguas- porque no se pierde lujo de detalles de todo aquello que pasa a su alrededor.
Estaba a punto de estallar y enviarlos a todos a freír espárragos pero de repente, emergió una mano misteriosa desde fuera del corro que me habían hecho para su particular rueda de prensa que me cogió del brazo hacia sí y me hizo correr. Era Érica, que había venido a salvarme.
-¡Luego os la devuelvo!-les chilló mi amiga cuando ya estábamos lo suficiente lejos para que no nos oyesen.
Nos sentamos en los bancos que había en el patio del recreo.
-Gracias-dije, jadeante, pues Érica no había cosa que se le diera mejor que correr y escabullirse. Es una gran atleta.
-De nada-contestó, cortante.
-¿Te pasa algo Eri?-pregunté.
-No no, nada. ¿Ese con quien venias en coche esta mañana era Diego, verdad?
-Sí… ¿Por qué lo dices?-pregunté yo. Sabía que había algo que no iba nada bien.
-No, por nada. Porque parece que tengas cierta obsesión con mi familia, ¿no crees?
No lo entendía. No entendía el porque de su comportamiento. No entendía porque estaba tan molesta conmigo.
Cuando iba a replicarle sonó de repente el interfono de la secretaría llamándome y diciéndome que me presentara allí.Érica decidió acompañarme así que caminamos hacia la salida del patio del recreo, haciendo caso a miradas indiscretas dirigidas a nosotras.
Cuando llegamos allí, había un muchacho sentado en la butaca al que no le podía ver la cara, pues se la tapaba el periódico que estaba leyendo.
Cuando oyó mi nombre, dejó el periódico que tenía en las manos sobre una mesita de cristal que tenía al lado y se levantó.
No me lo pude creer. ¿Por qué había venido Diego a buscarme a la hora del recreo?
-Hombre sobrina, pensé que no llegabas nunca-me dijo. Eso me desconcertó bastante. ¿Por qué me llamaba sobrina?- Será mejor que nos demos prisa y no hagamos esperar al médico, ¿no?
Entonces, instintivamente miré a Érica. Ella estaba tan desconcertada o más que yo. Entonces movió la cabeza, leve, como despertada de una ensoñación y me hizo un gesto con la cabeza dándonos a entender que nos cubriría.
-Eh… Sí sí, claro-conseguí murmurar, al fin.
-Entonces será mejor que no perdamos más tiempo. Adiós bonita-dijo, dirigiéndose a su prima.
Mi “tío” me cogió la mano y salimos hacia su coche.
-¿Se puede saber que mosca te ha picado?-dije cuando estábamos lo suficientemente lejos para que nadie nos pudiera oír, soltándome de su mano precipitadamente.
-Lo siento pequeña, tenía ganas de verte y esta tarde me voy de viaje con mis padres, así que es la única oportunidad que tenemos para estar solos. Además, te quiero enseñar un sitio muy especial para mí. Si no hubiera sido un caso de vida o muerte, no te hubiera sacado del instituto, de veras.
-¿Cómo que te vas? ¿Hasta cuando? ¿Por qué?-dije yo, intentando reprimir lai nota de histeria en mi voz, aunque no sin éxito.
-Tranquila, todo tiene su explicación. Cuando lleguemos al sitio que te quiero llevar te lo explicaré todo-me dijo, sin antes soltar una risa leve, aguantándome la puerta de su Mercedes para que pudiera entrar.
No pude evitar pensar lo guapo que era mientras pasaba delante de mí, y las mejillas se me encendieron.
-¿Y dónde me vas a llevar?-le pregunté, cuando íbamos de camino.
Él me miró, pícaro, y me guiñó un ojo.
-No te lo voy a decir, es una sorpresa.

viernes, 9 de septiembre de 2011

CAPÍTULO DOCE.

Eran las 6:30 de la mañana. Solo con recordar la hora que era me dolía-no físicamente, claro está, más bien moralmente. Aunque en verdad todo era por su culpa.
Después de que anoche nos despidiésemos, yo no me podía dormir. Estuvo a punto de besarme, otra vez. Y después de esa emoción me costó muchísimo conciliar el sueño.
Y hoy me he levantado antes porque no quería aparecerme como un adefesio delante de él.
Voy directa al baño y me miro la cara en el espejo.
¡Uf, que horror! Pensé.
Menos mal que me había levantado con tiempo para poder arreglarme la cara: tenía todo el pelo enmarañado, unas ojeras que casi me llegaban a la punta de la nariz y una tez que de lo pálida que era casi se transparentaba.
Me duché, intenté deshacer todos los nudos de mi pelo y me eché de todos los potingues posibles en la cara. Incluso me pellizqué las mejillas como en la antigua usanza para que adquirieran un poco de color.
Cuando creí que mi cara estaba lo suficientemente presentable para salir de casa fui a vestirme.
Me puse mi camiseta preferida, esa blanca anchita con un símbolo de la paz enorme; unos pantalones cortos, pues estábamos a finales de mayo y ya empezaba a hacer calor y también me puse mis converse rojas, que no me podían faltar.
Eran las 7:10 y como me arregle tan pronto, puse un poco de música y me dispuse a recoger la habitación. ¡Seguro que cuando mi madre se levantase se quedaría impresionada!
Suena Lo que me gusta de Nada que decir. Esa canción era, sin duda, una de las que más me gustaba en estos momentos.
Me siento y empiezo a divagar con la letra de la canción:
Despertarme de la cama y ver que estás
Me conquistes cada día un poco más
Como hiciste, que dijiste
Cada noche en la puerta de tu portal

Era inevitable, en estos momentos todo me recordaba a él, a Diego. Quién sabe si algún día podré levantarme en la misma cama que esté él mientras estoy entre sus brazos y me susurra palabras de amor en el oído.
Un momento. ¿A caso me estoy enamorando?
Y con ese pensamiento retumbándome en mi cabeza oigo el girar del picaporte de la puerta principal.
Ésta debe de ser mi abuela. Miro la hora: las 7:45.
¡Solo me quedaba 15 minutos para verle! Así que bajo corriendo las escaleras para reunirme con mi abuela.
-¡Buenos días abuela!-canturreo asomándome a la cocina.
Lo que más destaca en estos momentos en mi cocina era esa gran bolsa de la panadería de la esquina llena de ensaimadas, croissant y bollos en general. Sabe que a nosotras nos pirran todas esas cochinadas.
Desde que me alcanza la memoria recuerdo que mi abuela todas las mañanas viene, nos trae el desayuno y lleva al colegio a Rebeca.
Es como nuestra segunda madre porque la de verdad tiene un horario muy estricto y se pasa media vida en el gabinete de abogados.
-¡Buenos días cariño! ¿Qué haces despierta a estas horas? Normalmente hace falta Dios y ayuda para poder levantarte de la cama.
-Pues nada abuela, que me he despertado y no me podía volver a dormir.
OBVIO me hubiera gustado proseguir, pero me mordí la lengua, estaba extremadamente nerviosa en esos momentos.
-¿Qué quieres que te prepare para desayunar?
-Nada abuela, solo beberé un zumo.
-¡Ah no, de eso ni hablar! ¡Tienes que comer algo más hija!
-Pero…
-Ni peros ni peras.
-Vaaale abuela-contesté resignada.
-Así me gusta-respondió, sonriente, y me dio un beso en la frente.
Cogí mi zumo cuando mi abuela me dijo que iba a despertar a mi hermana, así que aproveché la ocasión: apuré mi zumo, cogí mi mochila y le dejé una nota a mi abuela que decía:
Abuela, me he tenido que ir pronto porque he quedado con mi amiga Erica para ir juntas a clase. Me he bebido un zumo y he comido tres galletas, lo siento, no me entraba nada más.
Dale un beso a mi madre y a Rebe.
¡Te quiero!
Entonces salí lo más sigilosa que pude de mi casa.
7:58. Perfecto.
Me giré y ahí estaba él, enfrente de mi casa. Estaba muy guapo, muy muy guapo.
Después de ese pensamiento hice todo lo posible para no ruborizarme, ¿pero a caso uno puede controlar cuando se ruboriza y cuando no?
Intenté hacer caso omiso a mi pensamiento, aunque sin éxito, y fui hacia Diego.
-Buenos días preciosa-me dijo.
Yo no sabía qué contestarle. ¿Buenos días precioso, hermoso, GUAPO?
Todo sonaba muy ridículo y yo me estaba comportando como una estúpida.
-Buenos días Diego-contesté, al fin.
Me sonríe. Me sonríe con una intensidad y con tanta dulzura que siento vértigo.
Me encanta su sonrisa, el hoyuelo que se le hace en la barbilla cuando lo hace y el brillo de sus ojos cuando me mira. Me pasaría horas… que digo horas, ¡días y días observando su cara! Mirando esos ojitos azules que hacen que me derrita.
-¿Sabes? Tengo una cosita para ti.
Y entonces, sacó sus manos de su espalda y sacó una margarita que, curiosamente, es mi flor favorita, pues es muy bonita, alegre y sencilla a la vez. Además, el amarillo es mi color preferido.
Entonces, me aparta un mechón de pelo de la cara y me lo sitúa detrás de la oreja y deposita la flor encima de ella.
-Estás más preciosa aún, si cabe.
-Gracias-consigo susurrar, cohibida.
-¿Vamos? No quiero que llegues tarde al instituto.
-Sí, claro.
Dicho esto, me cogió la mano y fuimos hacia su coche.
Yo poco sabía de coches, pero sabía que eso es un Mercedes Benz. Es precioso: la carrocería es de un color azul oscuro, intenso. Y la tapicería es de color negro, muy elegante.
-¿Me pasas las gafas de sol que están en la guantera, por favor?-me peguntó Diego.
Yo obedecí felizmente.
A bajo de la guantera me fijé que estaba escrito el nombre de Asier en unas letras muy elegantes. Nunca antes había oído hablar de esa palabra.
Le entregué las gafas y, en el intento, nuestras manos se rozaron y sentí como se me encendían las mejillas y en el trozo donde él me tocó sentía un pequeño cosquilleo que me hacía sentir realmente bien, aún más si cabe.
-Gracias Inés-me susurró.
Madre mía, ¡su voz es tan sexy y elegante! Era como el aleteo de una mariposa, como el caer de unas gotas de lluvia en una pequeña tormenta de verano, como esa sensación después de hacer el amor.
Sabía a ciencia cierta que si empezaba a divagar pensando no conseguiría nada bueno, así que decidí preguntarle:
-Oye Diego, ¿qué quiere decir esto de Asier? No he oído eso en mi vida-le pregunté yo así, de sopetón, sin más cara que espalda, esbozando una leve sonrisa.
Él estalla en carcajadas, y yo me quiero morir. Aunque, en verdad, añoraba su sonrisa, hasta hace segundos estaba muy serio, y eso me preocupaba.
-Es el nombre de mi padre-en esos momento me quería morir-.Mi padre es de origen vasco y allí es muy frecuente-prosigue, aguantándose la risa-. Asier proviene de hasiera que en vasco significa principio-me dice, mientras tomamos la última curva antes de llegar a mi instituto.
-Vaya… ¡Qué nombre tan bonito y original-¡VAMOS INÉS! ¿Bonito y original? ¿No se te ha ocurrido nada mejor?
-Final del trayecto-me dice Diego, aparcando justo en frente de mi instituto.
-Muchas gracias por traerme.
-Ha sido un placer,
Recojo mi mochila de entre mis piernas y hago ademán de marcharme pero no puedo abrir la puerta porque los seguros del coche me lo impiden.
-No se abre…-murmuro, haciendo fuerza en la manivela.
-Por mucho que lo intentes no lo vas a conseguir hasta que no me contestes un par de cosas-me dice, en un tono serio.
Entonces yo desisto, no tiene sentido que pierda mis reservas de energía de buena mañana.
-¿Y tiene que ser justo ahora? Me perderé la primera clase si no me doy prisa.
-Sí, tiene que ser justo ahora-me dice, aguantándome la mirada.
-Está bien, desembucha.
-¿Ayer porque te fuiste tan precipitadamente de mi casa? ¿Y por qué solo podemos ser amigos, Inés? Ambos sabemos lo que sentimos el uno por el otro.
Después de que hubiera formulado esa pregunta, se me hizo un nudo en el pecho.
Erik. Erik Erik Erik Erik.
Erik y su cara de niño bueno. Erik y esa sonrisa que tanto me gusta. Erik y sus bromas. Erik y sus ojos verdosos…
-¿Y bien?-siguió Diego.
-No puedo decírtelo….-murmuré.
-Bueno, pues hasta que no me lo digas no te pienso dejar salir-me contestó, con toda la naturalidad del mundo.
-¡Pero eso no es justo!-salté yo, rebelde.
Me estaba poniendo de los nervios. ¡Claaaaaaaro, como tu no tienes que ir al instituto! Pensé para mis adentros.
Respiré hondo varias veces, enfadarme no tiene sentido.
-Diego, en serio, déjame salir-murmuré, cabizbaja.
-Inés, mírame.
Yo hice caso omiso, pues tenía los ojos anegados en lágrimas y no quería que me viera llorar.
-Inés, mírame, por favor-repitió.
Como no le hacía caso me sujetó la cara por la barbilla e hizo que le mirara.
-¿Por qué lloras? No llores Inés, por favor-dijo, preocupado.
-Pero no estoy llorando-dije cuando automáticamente después me caía una lágrima y él la cogía al vuelo.
-¿Ah, no? ¿Y esto qué es?
Hubo un tenso silencio e incómodo, todo por mi culpa.
-¿Hay otro, verdad?
Al final, conseguí asentir.
-¿Quién es?-preguntó sin dejar de mirarme a los ojos.
No podía mentirle. No podía mentir a esos ojitos azules. No podía mentirle porque de verdad le quiero y no quiero verlo sufrir, así que decido confesar.
Erik-susurro.
-¿Mi primo? Bueno podría haber sido peor.
No lo entiendo, parece como si le hubieran quitado un peso de encima.
-Déjame que te diga una cosa Inés: te acabo de conocer y ya me he enamorado de ti. A cualquiera que se lo cuentes no se lo creería. Te vi con esos preciososojos marrones y esa sonrisa que te ilumina la cara… Que sentía como si me mareara. Y me he enamorado de ti, no solo por tus ojos y tu sonrisa, si no más bien por lo que hay dentro de ti. Y quiero que sepas que te voy a seguir queriendo, pase lo que pase, estés con Erik o con Pepe siempre me vas a tener ahí.
Me ha emocionado mucho, muchísimo. Ahora si que tengo ganas de llorar…
Lo siento Diego…-consigo decir al fin, al borde de las lágrimas.
No tienes porque sentir nada Inés-me dice. Le brillan excesivamente los ojos y los tiene rojizos. Parece como si todo lo que me ha dicho le hubiese costado horrores decírmelo-. ¿Te puedo pedir una cosa?
-Lo que quieras.
-¿Me das un beso?
Yo no me pude negar. Me apetecía mucho y, además, lo necesitaba.
Así que poco a poco me acerco a Diego, y veo que él hace lo mismo. Me coge de la barbilla y me arrastra hacia sí. Yo sitúo mis manos detrás de su cuello y me acerco más a él, necesitándole.
Por fin nuestros labios se encuentran y me besa.
Es el beso más dulce que me han dado nunca.
Me muerde el labio inferior mientras nuestras lenguas juguetean, inspeccionando rincones de nuestras bocas.
Suena el timbre del instituto indicando que en cinco minutos van a cerrar las puertas y Diego me suelta, aunque preferiría mil veces no ir a clases y estar el resto de la mañana con él.
Al alzar la cabeza veo a María que iba a entrar al colegio, pero estaba de espaldas a la puerta, observándonos. Entonces ella se dio la vuelta y empezó a caminar hacia dentro del instituto, no sé si era porque estaba intimidada o porque se le hacia tarde, la verdad es que me daba igual. Yo sonreí, istintivamente.
Además, ahora me sentía como en una nube, todo era de color de rosa y solo tenía ojos para Diego.
-Corre, que no quiero que llegues tarde por mi culpa-me dijo-. Paso luego abuscarte, ¿vale?
-¡Vale!-contesté, entusiasmada.
Él me quitó los seguros para que pudiese salir y eso hice, a mi pesar. Cogí la mochila y me dirigí a la carrera hacia el instituto y cogiéndome la flor que tnía tras la oreja que me había regalado Diego, pues no quería pederla.
De repente me acordé de una cosa y cada vez me ponía más nerviosa: Erik está en mi clase y, por si fuera poco, está sentado a mi lado. Estoy segurísima de que íbamos a tener una charlita de lo más larga acerca de lo que pasó ayer.

martes, 30 de agosto de 2011

CAPÍTULO ONCE.

Eran las 20:30 y yo estaba sentada en el salón de mi casa junto a mi hermana
Hacía una horita, más o menos, que Erica se había ido porque tenía que estudiar. Yo sabía que no era una escusa. Erica adoraba a mi hermana y le pasaba lo mismo que a mí: intentaba aprovechar cualquier momento, por pequeño que fuese, para estar con ella a causa de su enfermedad.
Estamos esperando una carta certificada del Instituto Nacional del Cáncer donde nos diga si tenemos que seguir dándole quimioterapia o no. Y esque acaba muy cansada, con náuseas. Y si nos dijeran que no, sería otro gran bache para ella. Por muy fuerte que sea mi hermana, no deja de tener diez años.
Una niña cualquiera de su edad, normalmente lo que más le suele importar es su aspecto físico: la pérdida de cabello, los ojos saltones y esa palidez casi sobrenatural. Pero a ella no. A ella lo que más le importaba era que no sufriéramos por su causa.
Siempre dice que hay que pasárselo bien con la gente que se quiere; como es mi abuela, que se encarga de nosotras mientras mi madre está trabajando, como es nuestra madre, como soy yo y mucha gente. Y, si no, ¿para que está la vida si no es para vivirla?
Rebe aún no sabe nada de la carta que nos tienen que mandar, obviamente. Más que nada, porque no queremos que se lleve otra desilusión.
Ahora mismo yo estaba pintándole las uñas a Rebeca mientras ésta miraba la televisión.
Estaba viendo un programa en Disney Channel de una muchacha que cantaba y llevaba una doble personalidad. Pues bien, estaba mirando dos fotos de dos chicos diferentes y preguntándose cual era el más adecuado para ella.
No pude evitar recordar todo lo que había sucedido ese día.
Primero había llegado Diego. Y esque era el muchacho más dulce y simpático que hubiese conocido jamás, además de guapo.
Luego apareció Erik de sopetón, sin quererlo ni beberlo. Siempre ha sido el típico chico por el cual suspiraba cualquier chica, yo incluida en ese grupo. Él era siempre muy simpático-todo lo simpático que puede ser un chico con la mejor amiga de tu hermana- pero desde que ya no está con la arpía de María se veía diferente, como si buscara algo más.
También es vedad que cuando me lo había demostrado aún estaba resentido con ella y con una copa de más.
Por eso estaba tan confusa en esos momentos.
De repente, el sonido de la puerta de entrada me despertó de mi ensoñación e hizo que el pincel del pintauñas que estaba sujetando se cayese encima del pijama de Rebeca.
-Teta, ¿qué ha pasado?-me dijo, alarmada.
Yo intenté ponerle la cara más inocente que me podía salir en ese momento y contesté:
-No ha pasado nada cariño, es solo que me he asustado cuando mamá ha dado el portazo. Ven, quítate la camiseta del pijama y ponte otra, que voy a enjuagar esa, ¿vale mi amor?
Rebeca obedeció y fue escaleras arriba para cambiarse.
Cuando pensaba que ya no me oía, salí al encuentro de mi madre.
La encontré justo al lado de la puerta de entrada, sosteniendo un montón de cartas.
Entonces mi abuela llegó, y las dos nos miramos con una cara de complicidad clara.
-Facturas… Publicidad... Más publicidad… Más facturas….-mascullaba mi madre, con un tono de desesperación claro en la voz-.Cartita, ¿dónde te has metido?-prosiguió, al borde de llorar.
Yo no pude reprimir el impulso de estrechar a mi madre en un gran abrazo y algunas lágrimas se escaparon en este.
-Tranquila mamá, dicen que la esperanza es lo último que se pierde, ¿no?-le dije.
Toda la familia lo estábamos pasando muy mal, pero mi madre era la que, sin duda, peor lo pasaba. Más que nada porque toda la fortaleza que tenía Rebeca en mi madre carecía.
Entonces oímos el crujir de las baldosas de madera del suelo de arriba. Mamá y yo nos separamos rápidamente y las tres fuimos a la cocina a preparar la cena. No queríamos que Rebeca nos viese con las lágrimas en los ojos.
Cenamos las cuatro pollo asado, aparentando normalidad.
Luego mi abuela se fue a su casa, mi madre fue a leerle un cuento a mi hermana en la cama y yo me fui a estudiar economía.
De repente, a través de mi ventana, veo un pequeño destello de luz proveniente de la casa de enfrente.
No puede ser, esto no está pasando-pensé.
Era Diego, obviamente, aunque no podía verle muy bien, pues ya tenía la vista cansada.
Me hizo señas de que bajara y yo no se las pude negar.
Cogí mi batín y me fui directa al cuarto de baño para hacerme el pelo y cepillarme los dientes.
Me quité las zapatillas y las cogí, pues no quería despertar a mi madre cuando crujiera el parqué y que me montara un pollo.
Salí al porche pero no había ni rastro de Diego por ninguna parte. De repente, oigo un ruido y noto como alguien me tapa la boca con su mano.
-De nada te va a servir chillar, manos arriba que esto es un atraco-me susurró una voz sexy muy conocida al oído.
Yo no le hice ningún caso e intenté zafarme de su mano y de él, pero todo esfuerzo fue en balde.
-No sabía que te fueses a poner así Inés, ¡ni que te fuera a comer! Aunque suena de lo más tentador…-dijo, sofocando una carcajada.
-¿Diego?-intenté decir, aunque con su mano oprimiéndome la boca era difícil vocalizar algo.
-Vamos a hacer un trato, yo te suelto si me prometes que no me vas a pegar la bronca, ¿de acuerdo?
Asentí y me soltó, lentamente.
-Eres un imbécil-le solté.
-¡Prometiste no echarme la bronca!-me dijo con voz socarrona y acercándose a mí.
-No te estoy echando la bronca, solo te defino-le dije, sacándole la lengua.
Entonces vi esa mirada en Diego, esa mirada de deseo y como se acercaba cada vez más y más hacia mí, hasta que tuve que pararle.
-No Diego, esto no está bien-susurré, pero como estaba tan cerca mío me oyó a la perfección.
Entonces poco a poco se fue alejando, y me dolió en el alma haberle dicho eso, pues en el fondo tenía muchas ganas de besarle.
Antes que pudiese decir nada, pues no quería confesarle que sentía algo por su primo, proseguí.
-De momento será mejor que solo seamos amigos, Diego. Necesito tiempo-murmuré, notando como esas palabras nos hacía daño a los dos.
-Vale, como quieras-susurró, cabizbajo.
Hubo un tenso silencio entre los dos y yo notaba como los ojos me escocían cada vez más y más, y como mis lágrimas querían aflorar al exterior.
No lo entendía. Era verdad que siempre había sido muy llorona y sensible, pero no era normal que estuviera a punto de llorar por un chico que había conocido hacía menos de 24 horas.
-¿Puedo abrazarte?-me dijo de repente.
Yo no pude reprimirme, y me lancé a sus brazos.
Noté como cada vez se apretaba más a mí y yo a él, como si nos necesitásemos el uno al otro. Noté como los dos nos fusionáramos. Noté, por raro que parezca, que con ese abrazo me quería decir que me quería; era como una voz que me susurrara lo evidente.
Entonces sentí como algo se removía en mi interior. Como unas alas que revoloteasen dentro de mí y me hacía cosquillas pero que me hacía sentir muy bien a la vez.
Entonces se separó un poco de mí y pude mirarle a los ojos, esos preciosos espejos azules que tenía en la cara.
Me di cuenta que tenía esbozada una sonrisa pícara en el rostro, y lo que me gustaba a mí esa sonrisa.
Empecé a ruborizarme, pues solo con su presencia me cautivaba. Suerte que era de noche y no me vería con claridad
-¿Tienes algo que hacer mañana por la mañana?-me preguntó, sin separarse de mí.
Mi corazón empezó a ir más deprisa.
-Pues tengo que ir al instituto… ¿Por?
-¿A que hora tienes que estar allí?
-A las ocho y media. ¿Por qué lo dices? Diego, me estás asustando.
-Porque tengo que hacer unas cosas por la mañana, y puestos a madrugar pensé en acompañarte al instituto… ¿Qué me dices?
-Vale, está bien. ¿Aquí a las ocho?
-Aquí a las ocho-me dijo, apartándome un mechón del pelo que tenía en la cara y soltándome de su abrazo.
Nos dimos dos besos en la mejilla de buenas noches y yo me dirigí a mi casa.
Cuando estaba cerrando la puerta de entrada le vi a él, en el mismo sitio en el que lo dejé mirando hacia mí, esbozando esa sonrisa torcida que tanto me gustaba.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Hola Bloggeros!

Esta entrada al blog va para vosotros.
Tengo tres cositas que contaros, pero empezaré por la que a mi me parece más importante.
Últimamente he tenido mucho tiempo para pensar; para pensar en vuestras críticas constructibas y consejos; he decidido en dar a conocer mi identidad. No por nada, solo porque la gente que sigue mi pequeña historia quiere saber quién es su autora, cosa que respeto.
Mi nombre es Paula, vivo en Castellón-España (norte de la comunidad Valenciana), tengo actualmente quince años y voy a cursar mi último (espero) curso de la ESO en el colegio Lope de Vega. Espero que no pensáis que intento hacerme de notar primero diciendo que no iba a decir quien soy y después desmintiéndolo, ya di a entender mis razones en su momento.
En segundo lugar, siento mucho no subir los capítulos más seguidos, es que en verano se me hace imposible.
Acabo diciéndoos que al final de cada entrada en mi blog he puesto como una "aplicación" de vuestra reacción a cerca de lo que he escrito anteriormente. He de decir que la uséis con conciencia, pues estoy poniendo mucha ilusión en esto. No quiero decir que hagáis la pelota y pongáis que os gusta cuando de verdad pensáis que es aburrido o soso o lo que sea. Solo os pido que no contestéis al tun tun, porque a mi me importa mucho.
Para más información, entrad en mi tuenti: Mi Pequeño Proyecto o enviadme un correo electrónico a: mipequenoproyecto@gmail.com
Dicho esto, paz, y sed felices :)