martes, 30 de agosto de 2011

CAPÍTULO ONCE.

Eran las 20:30 y yo estaba sentada en el salón de mi casa junto a mi hermana
Hacía una horita, más o menos, que Erica se había ido porque tenía que estudiar. Yo sabía que no era una escusa. Erica adoraba a mi hermana y le pasaba lo mismo que a mí: intentaba aprovechar cualquier momento, por pequeño que fuese, para estar con ella a causa de su enfermedad.
Estamos esperando una carta certificada del Instituto Nacional del Cáncer donde nos diga si tenemos que seguir dándole quimioterapia o no. Y esque acaba muy cansada, con náuseas. Y si nos dijeran que no, sería otro gran bache para ella. Por muy fuerte que sea mi hermana, no deja de tener diez años.
Una niña cualquiera de su edad, normalmente lo que más le suele importar es su aspecto físico: la pérdida de cabello, los ojos saltones y esa palidez casi sobrenatural. Pero a ella no. A ella lo que más le importaba era que no sufriéramos por su causa.
Siempre dice que hay que pasárselo bien con la gente que se quiere; como es mi abuela, que se encarga de nosotras mientras mi madre está trabajando, como es nuestra madre, como soy yo y mucha gente. Y, si no, ¿para que está la vida si no es para vivirla?
Rebe aún no sabe nada de la carta que nos tienen que mandar, obviamente. Más que nada, porque no queremos que se lleve otra desilusión.
Ahora mismo yo estaba pintándole las uñas a Rebeca mientras ésta miraba la televisión.
Estaba viendo un programa en Disney Channel de una muchacha que cantaba y llevaba una doble personalidad. Pues bien, estaba mirando dos fotos de dos chicos diferentes y preguntándose cual era el más adecuado para ella.
No pude evitar recordar todo lo que había sucedido ese día.
Primero había llegado Diego. Y esque era el muchacho más dulce y simpático que hubiese conocido jamás, además de guapo.
Luego apareció Erik de sopetón, sin quererlo ni beberlo. Siempre ha sido el típico chico por el cual suspiraba cualquier chica, yo incluida en ese grupo. Él era siempre muy simpático-todo lo simpático que puede ser un chico con la mejor amiga de tu hermana- pero desde que ya no está con la arpía de María se veía diferente, como si buscara algo más.
También es vedad que cuando me lo había demostrado aún estaba resentido con ella y con una copa de más.
Por eso estaba tan confusa en esos momentos.
De repente, el sonido de la puerta de entrada me despertó de mi ensoñación e hizo que el pincel del pintauñas que estaba sujetando se cayese encima del pijama de Rebeca.
-Teta, ¿qué ha pasado?-me dijo, alarmada.
Yo intenté ponerle la cara más inocente que me podía salir en ese momento y contesté:
-No ha pasado nada cariño, es solo que me he asustado cuando mamá ha dado el portazo. Ven, quítate la camiseta del pijama y ponte otra, que voy a enjuagar esa, ¿vale mi amor?
Rebeca obedeció y fue escaleras arriba para cambiarse.
Cuando pensaba que ya no me oía, salí al encuentro de mi madre.
La encontré justo al lado de la puerta de entrada, sosteniendo un montón de cartas.
Entonces mi abuela llegó, y las dos nos miramos con una cara de complicidad clara.
-Facturas… Publicidad... Más publicidad… Más facturas….-mascullaba mi madre, con un tono de desesperación claro en la voz-.Cartita, ¿dónde te has metido?-prosiguió, al borde de llorar.
Yo no pude reprimir el impulso de estrechar a mi madre en un gran abrazo y algunas lágrimas se escaparon en este.
-Tranquila mamá, dicen que la esperanza es lo último que se pierde, ¿no?-le dije.
Toda la familia lo estábamos pasando muy mal, pero mi madre era la que, sin duda, peor lo pasaba. Más que nada porque toda la fortaleza que tenía Rebeca en mi madre carecía.
Entonces oímos el crujir de las baldosas de madera del suelo de arriba. Mamá y yo nos separamos rápidamente y las tres fuimos a la cocina a preparar la cena. No queríamos que Rebeca nos viese con las lágrimas en los ojos.
Cenamos las cuatro pollo asado, aparentando normalidad.
Luego mi abuela se fue a su casa, mi madre fue a leerle un cuento a mi hermana en la cama y yo me fui a estudiar economía.
De repente, a través de mi ventana, veo un pequeño destello de luz proveniente de la casa de enfrente.
No puede ser, esto no está pasando-pensé.
Era Diego, obviamente, aunque no podía verle muy bien, pues ya tenía la vista cansada.
Me hizo señas de que bajara y yo no se las pude negar.
Cogí mi batín y me fui directa al cuarto de baño para hacerme el pelo y cepillarme los dientes.
Me quité las zapatillas y las cogí, pues no quería despertar a mi madre cuando crujiera el parqué y que me montara un pollo.
Salí al porche pero no había ni rastro de Diego por ninguna parte. De repente, oigo un ruido y noto como alguien me tapa la boca con su mano.
-De nada te va a servir chillar, manos arriba que esto es un atraco-me susurró una voz sexy muy conocida al oído.
Yo no le hice ningún caso e intenté zafarme de su mano y de él, pero todo esfuerzo fue en balde.
-No sabía que te fueses a poner así Inés, ¡ni que te fuera a comer! Aunque suena de lo más tentador…-dijo, sofocando una carcajada.
-¿Diego?-intenté decir, aunque con su mano oprimiéndome la boca era difícil vocalizar algo.
-Vamos a hacer un trato, yo te suelto si me prometes que no me vas a pegar la bronca, ¿de acuerdo?
Asentí y me soltó, lentamente.
-Eres un imbécil-le solté.
-¡Prometiste no echarme la bronca!-me dijo con voz socarrona y acercándose a mí.
-No te estoy echando la bronca, solo te defino-le dije, sacándole la lengua.
Entonces vi esa mirada en Diego, esa mirada de deseo y como se acercaba cada vez más y más hacia mí, hasta que tuve que pararle.
-No Diego, esto no está bien-susurré, pero como estaba tan cerca mío me oyó a la perfección.
Entonces poco a poco se fue alejando, y me dolió en el alma haberle dicho eso, pues en el fondo tenía muchas ganas de besarle.
Antes que pudiese decir nada, pues no quería confesarle que sentía algo por su primo, proseguí.
-De momento será mejor que solo seamos amigos, Diego. Necesito tiempo-murmuré, notando como esas palabras nos hacía daño a los dos.
-Vale, como quieras-susurró, cabizbajo.
Hubo un tenso silencio entre los dos y yo notaba como los ojos me escocían cada vez más y más, y como mis lágrimas querían aflorar al exterior.
No lo entendía. Era verdad que siempre había sido muy llorona y sensible, pero no era normal que estuviera a punto de llorar por un chico que había conocido hacía menos de 24 horas.
-¿Puedo abrazarte?-me dijo de repente.
Yo no pude reprimirme, y me lancé a sus brazos.
Noté como cada vez se apretaba más a mí y yo a él, como si nos necesitásemos el uno al otro. Noté como los dos nos fusionáramos. Noté, por raro que parezca, que con ese abrazo me quería decir que me quería; era como una voz que me susurrara lo evidente.
Entonces sentí como algo se removía en mi interior. Como unas alas que revoloteasen dentro de mí y me hacía cosquillas pero que me hacía sentir muy bien a la vez.
Entonces se separó un poco de mí y pude mirarle a los ojos, esos preciosos espejos azules que tenía en la cara.
Me di cuenta que tenía esbozada una sonrisa pícara en el rostro, y lo que me gustaba a mí esa sonrisa.
Empecé a ruborizarme, pues solo con su presencia me cautivaba. Suerte que era de noche y no me vería con claridad
-¿Tienes algo que hacer mañana por la mañana?-me preguntó, sin separarse de mí.
Mi corazón empezó a ir más deprisa.
-Pues tengo que ir al instituto… ¿Por?
-¿A que hora tienes que estar allí?
-A las ocho y media. ¿Por qué lo dices? Diego, me estás asustando.
-Porque tengo que hacer unas cosas por la mañana, y puestos a madrugar pensé en acompañarte al instituto… ¿Qué me dices?
-Vale, está bien. ¿Aquí a las ocho?
-Aquí a las ocho-me dijo, apartándome un mechón del pelo que tenía en la cara y soltándome de su abrazo.
Nos dimos dos besos en la mejilla de buenas noches y yo me dirigí a mi casa.
Cuando estaba cerrando la puerta de entrada le vi a él, en el mismo sitio en el que lo dejé mirando hacia mí, esbozando esa sonrisa torcida que tanto me gustaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario