viernes, 9 de septiembre de 2011

CAPÍTULO DOCE.

Eran las 6:30 de la mañana. Solo con recordar la hora que era me dolía-no físicamente, claro está, más bien moralmente. Aunque en verdad todo era por su culpa.
Después de que anoche nos despidiésemos, yo no me podía dormir. Estuvo a punto de besarme, otra vez. Y después de esa emoción me costó muchísimo conciliar el sueño.
Y hoy me he levantado antes porque no quería aparecerme como un adefesio delante de él.
Voy directa al baño y me miro la cara en el espejo.
¡Uf, que horror! Pensé.
Menos mal que me había levantado con tiempo para poder arreglarme la cara: tenía todo el pelo enmarañado, unas ojeras que casi me llegaban a la punta de la nariz y una tez que de lo pálida que era casi se transparentaba.
Me duché, intenté deshacer todos los nudos de mi pelo y me eché de todos los potingues posibles en la cara. Incluso me pellizqué las mejillas como en la antigua usanza para que adquirieran un poco de color.
Cuando creí que mi cara estaba lo suficientemente presentable para salir de casa fui a vestirme.
Me puse mi camiseta preferida, esa blanca anchita con un símbolo de la paz enorme; unos pantalones cortos, pues estábamos a finales de mayo y ya empezaba a hacer calor y también me puse mis converse rojas, que no me podían faltar.
Eran las 7:10 y como me arregle tan pronto, puse un poco de música y me dispuse a recoger la habitación. ¡Seguro que cuando mi madre se levantase se quedaría impresionada!
Suena Lo que me gusta de Nada que decir. Esa canción era, sin duda, una de las que más me gustaba en estos momentos.
Me siento y empiezo a divagar con la letra de la canción:
Despertarme de la cama y ver que estás
Me conquistes cada día un poco más
Como hiciste, que dijiste
Cada noche en la puerta de tu portal

Era inevitable, en estos momentos todo me recordaba a él, a Diego. Quién sabe si algún día podré levantarme en la misma cama que esté él mientras estoy entre sus brazos y me susurra palabras de amor en el oído.
Un momento. ¿A caso me estoy enamorando?
Y con ese pensamiento retumbándome en mi cabeza oigo el girar del picaporte de la puerta principal.
Ésta debe de ser mi abuela. Miro la hora: las 7:45.
¡Solo me quedaba 15 minutos para verle! Así que bajo corriendo las escaleras para reunirme con mi abuela.
-¡Buenos días abuela!-canturreo asomándome a la cocina.
Lo que más destaca en estos momentos en mi cocina era esa gran bolsa de la panadería de la esquina llena de ensaimadas, croissant y bollos en general. Sabe que a nosotras nos pirran todas esas cochinadas.
Desde que me alcanza la memoria recuerdo que mi abuela todas las mañanas viene, nos trae el desayuno y lleva al colegio a Rebeca.
Es como nuestra segunda madre porque la de verdad tiene un horario muy estricto y se pasa media vida en el gabinete de abogados.
-¡Buenos días cariño! ¿Qué haces despierta a estas horas? Normalmente hace falta Dios y ayuda para poder levantarte de la cama.
-Pues nada abuela, que me he despertado y no me podía volver a dormir.
OBVIO me hubiera gustado proseguir, pero me mordí la lengua, estaba extremadamente nerviosa en esos momentos.
-¿Qué quieres que te prepare para desayunar?
-Nada abuela, solo beberé un zumo.
-¡Ah no, de eso ni hablar! ¡Tienes que comer algo más hija!
-Pero…
-Ni peros ni peras.
-Vaaale abuela-contesté resignada.
-Así me gusta-respondió, sonriente, y me dio un beso en la frente.
Cogí mi zumo cuando mi abuela me dijo que iba a despertar a mi hermana, así que aproveché la ocasión: apuré mi zumo, cogí mi mochila y le dejé una nota a mi abuela que decía:
Abuela, me he tenido que ir pronto porque he quedado con mi amiga Erica para ir juntas a clase. Me he bebido un zumo y he comido tres galletas, lo siento, no me entraba nada más.
Dale un beso a mi madre y a Rebe.
¡Te quiero!
Entonces salí lo más sigilosa que pude de mi casa.
7:58. Perfecto.
Me giré y ahí estaba él, enfrente de mi casa. Estaba muy guapo, muy muy guapo.
Después de ese pensamiento hice todo lo posible para no ruborizarme, ¿pero a caso uno puede controlar cuando se ruboriza y cuando no?
Intenté hacer caso omiso a mi pensamiento, aunque sin éxito, y fui hacia Diego.
-Buenos días preciosa-me dijo.
Yo no sabía qué contestarle. ¿Buenos días precioso, hermoso, GUAPO?
Todo sonaba muy ridículo y yo me estaba comportando como una estúpida.
-Buenos días Diego-contesté, al fin.
Me sonríe. Me sonríe con una intensidad y con tanta dulzura que siento vértigo.
Me encanta su sonrisa, el hoyuelo que se le hace en la barbilla cuando lo hace y el brillo de sus ojos cuando me mira. Me pasaría horas… que digo horas, ¡días y días observando su cara! Mirando esos ojitos azules que hacen que me derrita.
-¿Sabes? Tengo una cosita para ti.
Y entonces, sacó sus manos de su espalda y sacó una margarita que, curiosamente, es mi flor favorita, pues es muy bonita, alegre y sencilla a la vez. Además, el amarillo es mi color preferido.
Entonces, me aparta un mechón de pelo de la cara y me lo sitúa detrás de la oreja y deposita la flor encima de ella.
-Estás más preciosa aún, si cabe.
-Gracias-consigo susurrar, cohibida.
-¿Vamos? No quiero que llegues tarde al instituto.
-Sí, claro.
Dicho esto, me cogió la mano y fuimos hacia su coche.
Yo poco sabía de coches, pero sabía que eso es un Mercedes Benz. Es precioso: la carrocería es de un color azul oscuro, intenso. Y la tapicería es de color negro, muy elegante.
-¿Me pasas las gafas de sol que están en la guantera, por favor?-me peguntó Diego.
Yo obedecí felizmente.
A bajo de la guantera me fijé que estaba escrito el nombre de Asier en unas letras muy elegantes. Nunca antes había oído hablar de esa palabra.
Le entregué las gafas y, en el intento, nuestras manos se rozaron y sentí como se me encendían las mejillas y en el trozo donde él me tocó sentía un pequeño cosquilleo que me hacía sentir realmente bien, aún más si cabe.
-Gracias Inés-me susurró.
Madre mía, ¡su voz es tan sexy y elegante! Era como el aleteo de una mariposa, como el caer de unas gotas de lluvia en una pequeña tormenta de verano, como esa sensación después de hacer el amor.
Sabía a ciencia cierta que si empezaba a divagar pensando no conseguiría nada bueno, así que decidí preguntarle:
-Oye Diego, ¿qué quiere decir esto de Asier? No he oído eso en mi vida-le pregunté yo así, de sopetón, sin más cara que espalda, esbozando una leve sonrisa.
Él estalla en carcajadas, y yo me quiero morir. Aunque, en verdad, añoraba su sonrisa, hasta hace segundos estaba muy serio, y eso me preocupaba.
-Es el nombre de mi padre-en esos momento me quería morir-.Mi padre es de origen vasco y allí es muy frecuente-prosigue, aguantándose la risa-. Asier proviene de hasiera que en vasco significa principio-me dice, mientras tomamos la última curva antes de llegar a mi instituto.
-Vaya… ¡Qué nombre tan bonito y original-¡VAMOS INÉS! ¿Bonito y original? ¿No se te ha ocurrido nada mejor?
-Final del trayecto-me dice Diego, aparcando justo en frente de mi instituto.
-Muchas gracias por traerme.
-Ha sido un placer,
Recojo mi mochila de entre mis piernas y hago ademán de marcharme pero no puedo abrir la puerta porque los seguros del coche me lo impiden.
-No se abre…-murmuro, haciendo fuerza en la manivela.
-Por mucho que lo intentes no lo vas a conseguir hasta que no me contestes un par de cosas-me dice, en un tono serio.
Entonces yo desisto, no tiene sentido que pierda mis reservas de energía de buena mañana.
-¿Y tiene que ser justo ahora? Me perderé la primera clase si no me doy prisa.
-Sí, tiene que ser justo ahora-me dice, aguantándome la mirada.
-Está bien, desembucha.
-¿Ayer porque te fuiste tan precipitadamente de mi casa? ¿Y por qué solo podemos ser amigos, Inés? Ambos sabemos lo que sentimos el uno por el otro.
Después de que hubiera formulado esa pregunta, se me hizo un nudo en el pecho.
Erik. Erik Erik Erik Erik.
Erik y su cara de niño bueno. Erik y esa sonrisa que tanto me gusta. Erik y sus bromas. Erik y sus ojos verdosos…
-¿Y bien?-siguió Diego.
-No puedo decírtelo….-murmuré.
-Bueno, pues hasta que no me lo digas no te pienso dejar salir-me contestó, con toda la naturalidad del mundo.
-¡Pero eso no es justo!-salté yo, rebelde.
Me estaba poniendo de los nervios. ¡Claaaaaaaro, como tu no tienes que ir al instituto! Pensé para mis adentros.
Respiré hondo varias veces, enfadarme no tiene sentido.
-Diego, en serio, déjame salir-murmuré, cabizbaja.
-Inés, mírame.
Yo hice caso omiso, pues tenía los ojos anegados en lágrimas y no quería que me viera llorar.
-Inés, mírame, por favor-repitió.
Como no le hacía caso me sujetó la cara por la barbilla e hizo que le mirara.
-¿Por qué lloras? No llores Inés, por favor-dijo, preocupado.
-Pero no estoy llorando-dije cuando automáticamente después me caía una lágrima y él la cogía al vuelo.
-¿Ah, no? ¿Y esto qué es?
Hubo un tenso silencio e incómodo, todo por mi culpa.
-¿Hay otro, verdad?
Al final, conseguí asentir.
-¿Quién es?-preguntó sin dejar de mirarme a los ojos.
No podía mentirle. No podía mentir a esos ojitos azules. No podía mentirle porque de verdad le quiero y no quiero verlo sufrir, así que decido confesar.
Erik-susurro.
-¿Mi primo? Bueno podría haber sido peor.
No lo entiendo, parece como si le hubieran quitado un peso de encima.
-Déjame que te diga una cosa Inés: te acabo de conocer y ya me he enamorado de ti. A cualquiera que se lo cuentes no se lo creería. Te vi con esos preciososojos marrones y esa sonrisa que te ilumina la cara… Que sentía como si me mareara. Y me he enamorado de ti, no solo por tus ojos y tu sonrisa, si no más bien por lo que hay dentro de ti. Y quiero que sepas que te voy a seguir queriendo, pase lo que pase, estés con Erik o con Pepe siempre me vas a tener ahí.
Me ha emocionado mucho, muchísimo. Ahora si que tengo ganas de llorar…
Lo siento Diego…-consigo decir al fin, al borde de las lágrimas.
No tienes porque sentir nada Inés-me dice. Le brillan excesivamente los ojos y los tiene rojizos. Parece como si todo lo que me ha dicho le hubiese costado horrores decírmelo-. ¿Te puedo pedir una cosa?
-Lo que quieras.
-¿Me das un beso?
Yo no me pude negar. Me apetecía mucho y, además, lo necesitaba.
Así que poco a poco me acerco a Diego, y veo que él hace lo mismo. Me coge de la barbilla y me arrastra hacia sí. Yo sitúo mis manos detrás de su cuello y me acerco más a él, necesitándole.
Por fin nuestros labios se encuentran y me besa.
Es el beso más dulce que me han dado nunca.
Me muerde el labio inferior mientras nuestras lenguas juguetean, inspeccionando rincones de nuestras bocas.
Suena el timbre del instituto indicando que en cinco minutos van a cerrar las puertas y Diego me suelta, aunque preferiría mil veces no ir a clases y estar el resto de la mañana con él.
Al alzar la cabeza veo a María que iba a entrar al colegio, pero estaba de espaldas a la puerta, observándonos. Entonces ella se dio la vuelta y empezó a caminar hacia dentro del instituto, no sé si era porque estaba intimidada o porque se le hacia tarde, la verdad es que me daba igual. Yo sonreí, istintivamente.
Además, ahora me sentía como en una nube, todo era de color de rosa y solo tenía ojos para Diego.
-Corre, que no quiero que llegues tarde por mi culpa-me dijo-. Paso luego abuscarte, ¿vale?
-¡Vale!-contesté, entusiasmada.
Él me quitó los seguros para que pudiese salir y eso hice, a mi pesar. Cogí la mochila y me dirigí a la carrera hacia el instituto y cogiéndome la flor que tnía tras la oreja que me había regalado Diego, pues no quería pederla.
De repente me acordé de una cosa y cada vez me ponía más nerviosa: Erik está en mi clase y, por si fuera poco, está sentado a mi lado. Estoy segurísima de que íbamos a tener una charlita de lo más larga acerca de lo que pasó ayer.

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