miércoles, 27 de julio de 2011

CAPÍTULO NUEVE.

Entré a casa lo más sigilosamente que pude, pues no quería que me echaran la bronca por llegar tan tarde, hacía una hora larga que había salido de atletismo.
Menos mal, no había nadie.
Fui a la cocina porque necesitaba un bol de mi querido helado de leche merengada. Subí las escaleras que conducían al piso superior y me encerré en mi habitación.
Cuando llegué, bajé la persiana, pues no quería que me viera el vecino de enfrente ni su primo.
Intenté llamar a Erica, pero no me lo cogió pues saltó el buzón de voz.
Fui a darme una ducha, a ver si me despejaba. Mientras puse la radio, así me animaría, o eso suponía.
Suena Broken strings de James Morrison.
Siempre que estás triste suenas canciones tristes en la radio. Era la ley de Murphy.
Hice caso omiso y entré en la ducha. Lo peor es que siempre que lo hago me da por pensar.
Pensaba mucho en todas las cosas que me habían pasado hoy.
Había conocido a un chico fantástico: muy simpático, guapo y había algo entre nosotros.
Entonces apareció Erik, mi gran primer amor. Ese elemento que yo creía que había olvidado.
Lo más extraño era que ambos eran primos y por poco no me había besado con ellos el mismo día. Para ser exactos, en menos de una hora.
Hablando en plata, me sentía como una guarra.
De repente, oí que me llamaban al móvil, así que salí hacia mi habitación medio enjabonada y enrollada en la toalla.
-¿Dígame?-pregunté.
-¡Me!-contestó Erica.
-Muy graciosa Eri…
-Lo sé, lo sé… Pero no te he llamado por eso. Tengo una perdida tuya-prosiguió-. Si te parece bien, me paso por tu casa y hablamos, que yo te tengo que contar una cosa.
-Me parece estupendo-dije.
Colgó. Era una bonita manía suya; colgar sin despedirse.
Empecé a secarme el pelo. Mientras, en la radio sonaba A contracorriente de El Canto del Loco.
Eso mismo estaba haciendo yo, ir a contracorriente.


Minutos antes, en la casa de delante, Erik y Diego empezaron a hablar sobre  Estaban en el balcón, mirando hacia la casa de Inés, fumándose un cigarro.
-Y qué Diego, ¿ya has decidido lo que vas a estudiar el año que viene en la universidad?-preguntó Erik.
Diego tiene dieciocho años, y se había tomado un año “sabático de estudios” porque se puso a trabajar para poder pagarse a la universidad.
Sus padres eran muy raros. Les salía el dinero por las orejas, pero querían que su hijo perdiera un año de estudios para que aprendiese que “las cosas hay que ganárselas,  porque no siempre te van a sacar las castañas del fuego tus padres”.
-Sí, a demás lo tengo muy claro. ¡Estudiaré fisioterapia!-dijo, muy entusiasmado.
Hubo un breve silencio. Entonces Erik estalló en carcajadas.
-Primo, ¡tú sí que sabes! Dicen que en ese trabajo se liga mucho con mujeres muy guapas y muy ricas.
No has cambiado nada, primo-pensó Diego-. Siempre había sido igual de materialista con las mujeres.
Diego le pegó dos caladas más al cigarro y lo tiró para entrar en su casa. Erik le siguió.
-Diego… ¿Cómo has conocido a Inés?-preguntó Erik, receloso.
-Pues resulta que iba a inscribirme a la pista de atletismo que hay por aquí cerca. ¿Sabes de cual te hablo?
Erik asintió con la cabeza.
-Pues tropezó conmigo, me cayó bien y la invité a un café. Luego descubrimos que éramos vecinos. Gracioso, ¿verdad?
-Sí, mucho-murmuró-. ¿Y cómo es que ha acabado en tu casa?-preguntó, en voz más alta.
-Pues llovía a cántaros y le dije que si quería entrar-dijo-. ¿Celoso de que me la haya ligado?
-¿Yo? ¡Pero qué cosas dices! Por mí como si empezáis a salir juntos, ¿sabes?
Mientes-pensó Erik, en su fuero interno.
-Hablando de salir… ¿Qué ha pasado con tu novia? ¿Estás bien tío?
-¿María? Bah, eso ya es agua pasada-dijo, Irremediablemente, pensó en Inés.
Luego, los dos primos empezaron a organizar la habitación de Diego, ya que estaba hecho todo un desorden por la reciente mudanza.
-Oye, Diego: habíamos pensado Erica y yo en hacerte como una fiesta de bienvenida, para que conozcas a la gente de aquí y eso. ¿Qué te parece?
-Me parece muy bien-dijo, mientras colocaba unos libros en la estantería-. ¿Cuándo?
-No te preocupes por eso, es una sorpresa.
Ninguno de los dos sabía a ciencia cierta como se iban a sorprender en esa fiesta.

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