domingo, 10 de julio de 2011

CAPÍTULO SIETE.

Entrábamos a la cafetería que estaba al lado de la pista de atletismo. Nos sentamos en la mesa que estaba al lado de la ventana. Era mi sitio preferido, pues el río se veía perfectamente desde allí.
Me pedí un capuccino y él se pidió un zumo de coco y piña. Solo con pensarlo se me hacía la boca agua.
Primero, estuvimos hablando a cerca de los precios, los horarios y de Felipe, el entrenador.
Recordé que Diego era nuevo en el barrio, así que cuando salíamos de la cafetería le pregunté:
-Oye Diego, ¿por donde está tu casa?
-Mi casa… Mira, ¿ves esa de ahí blanca? Pues la que está justo en frente es la mía.
Miré las indicaciones que me daba Diego.
No podía ser verdad. No podía ser ESA casa blanca.
-La casa blanca… ¿Te refieres a esa de ahí?-dije, señalando a la casa blanca más cercana a mí.
-Sí… No veo otra casa blanca por los alrededores… ¿Que problema hay?
-¿Problema? Ninguno-contesté yo-. Es, simplemente que esa casa blanca es mi casa.
-¿Enserio?-preguntó, risueño.
-Enserio-contesté.
Nos reímos los dos al unísono.
Entonces empezó a llover a cántaros.
Diego se quitó su camisa y se quedó en camiseta de tirantes, haciendo como un pequeño paraguas con su camisa azul a cuadros.
-¡Corre!-gritó mientras me guarecía de la lluvia junto a él debajo de su camisa.
Nos refugiamos debajo de su casa.
-¡Uff, estoy empapada!-comenté yo.
-Y yo... Entra a mi casa, te cambias y esperas a que se pase la tormenta-dijo, acto seguido de que retumbara el suelo a causa de un trueno enorme.
Dudé unos instantes, pero al final asentí.
Diez minutos más tarde estaba en el baño de la habitación de mi amigo. Me dispuse a cambiarme y cuando vi la camiseta que me había preparado Diego, tenía mis dudas de que no se me cayese de lo grande que era. Me sequé un poco el pelo y salí.
Diego me esperaba sentado en su cama, guitarra en mano. Era verdad que estaba en su casa, pero no se que afición tenía este chico a ir con el pecho descubierto. Pero yo no tenía ningún problema, no estaba nada mal el chaval.
De repente, me sentí desnuda.
Él me miró de arriba a bajo, parecía que le gustase. Sentía como me sonrojaba, así que decidí no pensar en ello.
-¿Tocas? La guitarra quiero decir...-dije. Estupendo Inés, pensé,
-Ven,siéntate que te toco algo-dijo risueño.
Obedecí. Me senté intentando que no se quedara nada al descubierto con la camiseta que me había dejado Diego, pues me venía extremadamente corta.
Empezó a entonar una melodía. Sus dedos se movían grácilmente por el instrumento. Era muy bonita esa canción.
Se quedó mirando mi cara de embobada. Me dijo algo, pero no le entendí.
-¿Cómo?
-Que si tú tocas algún instrumento-se rió.
-Bueno... Si cuenta la flauta dulce del colegio...
Nos reímos los dos.
-¿Quieres que te enseñe a tocar la guitarra?
Asentí con la cabeza.
Él se colocó detrás de mí. Me puso la guitarra en mi regazo y cogió mis manos para posicionarlas en las cuerdas de ésta. Le miré. Estábamos muy cerca el uno del otro. Sentía como si cada vez mi tiraran de un hilo y me obligase a acercarme a él.
Nuestros labios se rozaban. Nuestra respiración era pausada. Cuando estábamos a punto de besarnos un trueno aterrador hizo que se fuera la luz.
Chillé como una tonta. Luego me arrepentí.
Diego no paraba de reírse de mí.
-Voy a por una linterna, una vela o algo para que no te asustes, ¿vale?-me susurró al oído.
-Vale-conseguí murmurar
-Espérame aquí, no tardo-me dijo mientras se levantaba de la cama.
Minutos después, alguien llamó al timbre. No una, ni dos, tres veces.
-¡Inés, abre tú, que yo ahora no puedo!-me chilló, de a saber dónde.

1 comentario:

  1. este me ha molado quien sera? maldita curiosidad la mia jaja
    te quiero

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